sábado, 15 de agosto de 2009

IMPOTENCIA/PUTA MADRE


En la actualidad el problema de la impotencia sexual es un tema que toma dignidad de asunto científico. La medicina, las neurociencias, la sexología, la psicología médica que no es muy diferente a lo anterior…se toman la palabra.
Desde el paradigma anterior bien se explican las impotencias sexuales de base orgánica, sin embargo quedan cortos respecto de esa otra impotencia: la selectiva, la que es a veces, con ciertas personas, bajo ciertas circunstancias, o bien a pesar de haber erección la cosa sale mal. Probablemente los discursos científicos y las psicologías que adhieren a ese modelo quedan cortos porque para ellos la verdad está en el cuerpo y no en la subjetividad.
Hoy, lejos de los discursos de complejidades neuroquímicas, tomaré un texto de Freud- que a pesar de tener casi 100 años- evidencia que estas cosas no han variado demasiado.
En “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” (1912) Freud aborda el problema de las impotencias selectivas, las que son a veces sí a veces no, lo que lleva a suponer que el problema no está en el organismo de quien la padece sino que parte a propósito de quien se tenga al frente, es decir hacia quien va dirigida la acción. Así, ocurre no pocas veces que frente a la persona que más me importa que funcione, hay fracaso y por el contrario la cosa va con quien no me interesa.
Su explicación tiene que ver con que la elección de pareja estaría determinada por los primeros objetos de amor: los padres y los hermanos. De esta manera, si encuentro a una pareja a quien asocio a estas figuras tendré que disociar el deseo sexual, ya que sino tendrá un halo incestuoso. Mientras que si mi partenaire es degradado en su valor, no habrá problemas en desearlo. Así, explica los discursos masculinos sobre las mujeres para casarse y las para el sexo, las primeras deben tener algo de la madre y las segundas no; de allí la dificultad de un hombre para estar con una mujer de puta madre, decía alguien por ahí. A las mujeres les pasaría algo similar junto con el contragolpe de que los hombres las respeten mucho y no las puedan tocar o las degraden. A propósito de esto siempre recuerdo a la pareja ganadora del Reality Show de amor del canal 13, donde Edmundo el chico ganador “respetaba mucho” a su princesa Cari, cuestión que lejos de parecer una pareja apasionada parecía una relación de madre hijo.
Esto quiere decir que si mis primeras satisfacciones tanto vitales (alimentación, cuidado, etc) como las amorosas las encuentro en la infancia en los cuidadores, luego de la pubertad debiera salir a buscar fuera de la familia – a pesar, de que no todos salen, de allí que exista tanto abuso, difícil de clasificar, de adolescentes a hermanos menores y primos. En esta salida fuera de la familia entonces es que me regiré por este primer modelo de satisfacción, pero para nunca volver a esto, por eso es que siempre habrá algo de decepción en las relaciones amorosas. Y no sólo en las decepciones amorosas, una metáfora de esto es la eterna búsqueda de satisfacción plena, bajo diferentes nombres: completud, felicidad absoluta, vuelta a lo natural, encontrar a la media naranja, autorrealización, el par de zapatos perfectos, en fin…y la decepción posterior. Nunca hay retorno a ese supuesto primer momento de satisfacción, que para algunos será la infancia (para otros obviamente este momento será el más terrible de su vida), para otros la idea de lo natural (es tan llamativo este afán contemporáneo por “volver a lo natural”, cuando fue lo natural? Los Nearthentals? Se olvida lo despiadada que puede ser la naturaleza), para otros la actividades de la cultura oriental (¡?)en fin apelar a supuestos viejos tiempos mejores.
Freud es tajante: la naturaleza de la pulsión es que nunca puede encontrar satisfacción plena, no por un problema histórico cultural, o por machismo o por cartuchismo o por lo que sea sino que para poder seguir deseando no debo satisfacerme completamente con alguien o con algo. Por eso mientras las cosas tengan obstáculos, que si no los hay en general nos los inventamos, permite que se pueda desear, esperar que la cosa siempre resulte después o que sea mejor más adelante. Por eso que el matrimonio o el establecerse en un compromiso inevitablemente baja el deseo.
Quienes desafían esta ley son los adictos, no necesitan obstáculos para desear más a su objeto, serían el modelo de “matrimonio perfecto” entre el sujeto y su objeto. Objeto que puede ser droga, alcohol, comida, o bien otro ser humano. Lejos de parecer perfecto, vemos que respecto de la recurrente decepción o insatisfacción de los sujetos hay algo peor: satisfacerse plenamente, cuestión lleva a morir desde el punto de vista del deseo: me quedo pegado, no quiero nada más que eso, o a ese alguien y no puedo hacer ni pensar en nada más.
Así que bien, hay quienes no toleran estas insatisfacciones y cambian y cambian de pareja, sin embargo quienes pueden entender intuitivamente que hay un grado de decepción que es llevadero, y que más que exigir a sus parejas y a sí mismos entenderse por completo, logran gozar de modo parcial, de modo intermitente; éstos son quienes funcionan mucho mejor en sus relaciones de pareja.

jueves, 13 de agosto de 2009

El desencuentro amoroso I: La erótica del tiempo


Llamamos desencuentro a aquello que provoca generalmente cierta decepción en la pareja bajo diversos nombres: se acaba la pasión, mi pareja no hace lo que yo quiero, no tenemos las mismas ideas, antes pensábamos igual y ahora somos tan diferentes, al cabo de un tiempo me doy cuenta que el otro no era como yo creía, que lo que yo creía era lo que yo quería y no era realmente lo que el otro era…en fin múltiples trabalenguas y enredos que generalmente llevan a la queja: cambiaste!
Es posible ver el desencuentro desde diversas perspectivas, una de ellas tiene que ver con la disparidad de los goces entre hombres y mujeres.
J.A Miller en su libro “La erótica del tiempo” alude a la relación sexual que cada sexo tiene al tiempo. Generalmente las mujeres exigen la intemporalidad del amor, exigen ser amadas para siempre, además exigen pruebas de ello; pruebas que por supuesto son imposibles de dar. Este punto va íntimamente ligado a la necesidad de las mujeres de ser únicas y especiales – cuestión de la que daré cuenta en otro artículo – de allí que necesitan que las amen por alguna razón especial, no por lo que los hombres querrían habitualmente a una mujer, insisto: las mujeres tienen ese necesidad imperiosa de ser diferentes y únicas. No es difícil escuchar ¡No quiero que me quieran por rica, sino que por lo que soy! Obviamente ese rica no se refiere al dinero, porque quizás incluso el dinero las podría hacer especiales.
Hay mujeres, sobretodo hoy en día, que legítimamente juegan el juego del hombre de no comprometerse, pero no pocas veces encontramos que aún en su posición progresista les duela la indiferencia del otro. Quizás porque el juego actual pudiera ser algo así: Yo mujer te tomo a ti hombre, así como tú lo has hecho históricamente con mi género, y te dejo sin comprometerme, pero… yo no seré indiferente para ti.
Por su parte los hombres hacen promesas de amor, que curiosamente para que sirvan y sostengan la relación, deben tener la condición de que tanto el hombre como la mujer sepan que es mentira. Ocurre que si efectivamente hay un exceso de certeza en que me querrán para siempre, aparece el aburrimiento y la fuga del deseo. Condición similar ocurre con el hecho de que un hombre haga sentir a la mujer que realmente es única, es decir que no hay ninguna otra posible; más bien la cosa va en la medida en que la mujer puede ser única pero con competencia, o sea ganarles a otras. De allí que sea tan común que los hombres engañen con mujeres que inconscientemente sus mujeres les indican. Esto también es material para otro capítulo sobre el desencuentro amoroso.
Volviendo al problema del tiempo y el desencuentro. Para el hombre el tiempo tiene medida: Acabó y se acabó. Su goce obedece a la medida fálica. Mientras que para la mujer la cosa no acaba ahí , quiere siempre algo más, palabra, que la llamen después de ir a dejarla a la casa, que el hombre se quede a dormir, etc. Entonces el ciclo del goce del hombre, es numérico e intermitente, se puede medir, cuánto dura el coito –por cierto, con todos los problemas y angustias que el tema de la duración les trae. No comprendiendo que ese “más” que las mujeres les piden no necesariamente es que duren y duren y duren… fantasía típicamente masculina; simplemente lo que las mujeres les piden siempre es más de otra cosa. Cuestión que desespera a los hombres y los lleva a defender como sea su espacio, frustrando a su pareja, no cediendo muchas veces en aspectos que parecen tonterías, pero en el fondo están defendiendo lo más profundo de su ser: su tener, tener control, tener poder.
Por último es necesario decir que esto se trata no de hombres y mujeres desde el punto de vista anatómico sino que de posiciones subjetivas. Esto permite que existan mujeres que se ubiquen del lado hombre de la relación y viceversa. Cuestión que de todos modos lleva a la disparidad del goce.

Adicciones y psicoanálisis


¿En qué podría contribuir el psicoanálisis en el tratamiento de las adicciones?

Nos enfrentamos a un panorama actual donde las adicciones parecen desbordar los diferentes saberes que suponen comprenderlas, poniendo en jaque a disciplinas relacionadas con la salud hasta el derecho. Ante las dificultades de erradicar el problema, principalmente a nivel del poder económico – dada la alta rentabilidad del narcotráfico – surgen modelos de intervención más “realistas” y “blandas”. Surgiendo un debate entre aquellas terapéuticas basadas en el modelo de reducción de daños y aquellas “duras” basadas en el abstencionismo; sin embargo, ninguna se hace cargo de la comprensión de la ligazón entre un sujeto adicto y el objeto droga. Ambos modelos se basan en el razonamiento de que existiría una voluntad de goce en el adicto, de allí que resultaría necesario “reeducarlo” o bien, reducir los daños de este goce inevitable. Aquí es donde cabe la novedad psicoanalítica, suponiendo justamente lo contrario: la adicción como barrera contra el goce.
Resulta fundamental –en una patología con altas tasas de fracaso terapéutico – interrogar las etiologías que se describen tradicionalmente en relación a las adicciones e introducir una teoría sobre el goce¿En qué podría contribuir el psicoanálisis en el tratamiento de las adicciones?
En el otro extremo de los discursos en torno a las drogas, resulta necesario distinguir al psicoanálisis de aquellas experiencias llamadas “narco-análisis”, que suponen una forma de conocimiento profundo; resultando paradójicamente una forma de obturar el inconsciente freudiano, en tanto éste implica un trabajo. De allí distinguir un “más allá” de la experiencia de la droga de aquel posibilitado para un sujeto desde el psicoanálisis.
Pretendo ir más allá de la discusión entre los modelos “conservadores” y los progresistas” en materia de drogas, sino que me parece fundamental escuchar lo que estos cuadros nos revelan justamente con su nombre: a-dicción. Así el desafío de dejar la droga por la palabra.

domingo, 9 de agosto de 2009

Discursos y prácticas en Salud Mental: confusiones y contradicciones


La noción de Salud Mental es actualmente sostenida por la hegemonía del discurso de la ciencia, predominando la psiquiatría como disciplina que define muchas veces el quehacer de la psicología; de allí que podemos escuchar en el imaginario colectivo cierta supeditación de nuestra disciplina- tanto en las categorizaciones como en las intervenciones – al saber médico. Cuestión fácilmente comprobable en las instituciones relacionadas con salud mental, en las que se constituye una psicología médica que se sitúa como “hermano menor” de la medicina.

Por otra parte, en salud mental se tienden a importar los conceptos y proyectos elaborados por la organización mundial de la salud, sin discusión de sus categorías, llevando muchas veces a generar intervenciones confusas y contradictorias. Principalmente nos encontramos con discursos sostenidos en el ideal cientificista que supone un determinismo de relaciones causa efecto, redundando en teorías generales sobre las categorías en salud mental: adicciones, depresión, ciclo vital, el dolor, etc.
En este terreno resulta necesario preguntarse por la coherencia de ciertas intervenciones avaladas por el discurso oficial en salud mental: como el quitar una droga con otra droga; o bien curar la depresión a través de la aplicación de un manual psicoeducativo. Por una parte es posible cuestionar dichas definiciones: se trataría de un problema de mala educación? Qué hay de la enseñanza Freudiana de que el psiquismo no es educable? Por otra parte, es posible cuestionar el rol del psicólogo relegado a “aplicadores” de protocolos o “reeducadores”.
La dificultad de quitarse el ropaje positivista resulta una limitación en la intelección crítica y creativa de nuestra disciplina. De allí la importancia en problematizar los discursos oficiales para develar los fundamentos éticos, políticos y epistemológicos a la base de clasificaciones, diagnósticos, intervenciones y nociones de cura en salud mental.

Desencuentros y dependencias amorosas

Desde niños podemos intuir que lo interesante de los cuentos no está en lo que ocurre luego del final feliz, del “…se amaron para siempre”; de adultos sospechamos de la posibilidad de esta leyenda, el “para siempre” nos suena demasiado largo. Tanto desde el arte como desde la clínica tenemos noticia del drama recurrente del desencuentro amoroso y de la ilusión de encontrar a un partenaire que nos complemente. La novela “La mujer Justa” de Sandor Marai relata tres versiones de un triángulo amoroso, donde la persona justa existe, pero siempre en otra parte, en un lugar imposible, llevando a una espera eterna. Si bien el amor tiene momentos de triunfo maníaco en que los amantes están condenados al insomnio (Assoun, 2006), éste tiende a variar a formas menos apasionadas.

Lo revelador del psicoanálisis es la enseñanza de la pasión del neurótico por los obstáculos amorosos, como forma de realzar el valor del objeto. Lacan toma la figura medieval del amor cortés, donde aparece la Dama como amada inalcanzable, quedando excluida la posibilidad de concretar el goce sexual; estructura que a pesar de los discursos actuales de libertad moral y sexual continúa vigente. Figuras posmodernas de la anacrónica Dama resultan por ejemplo las reinas de belleza, como mujeres deseadas por todos pero inalcanzables, donde ningún hombre podría estar a la altura –de allí tal vez su “mala suerte” en el amor.

Qué ocurre por el contrario cuando alguien afirma que sí ha encontrado a la persona justa? En ese después del drama neurótico, después del final del cuento, allí donde nadie escribe. Aparecen figuras tóxicas del amor. Tóxicas al modo de las dependencias a sustancias, articulándose un modo compulsivo de relación de objeto, con el permanente riesgo de la hemorragia libidinal hacia el objeto (Freud, 1917). Si en la adicción a una sustancia se trata de una forma particular de relación de objeto donde el otro queda fuera –en tanto triunfo autoerótico – entonces quién es el partenaire en una dependencia amorosa? Qué relación sexual es posible allí? Existe alguna relación entre estas pasiones y el orden cultural actual? Es posible algo así como la “comunicación efectiva” promovida por algunas terapéuticas relacionales?