martes, 14 de diciembre de 2010

San-tiago sacudete en tu cripta

Año traicionero, excesivo, siniestro, ridículo, pero ante todo trágico. La mayor desventura no es –como muchos afirmarán– el caprichoso azote de la naturaleza; sino que la forma en que toda reflexión crítica posterior a los desastres es reabsorbida por el discurso tecnocrático. Como si todo se tratara de estadísticas, tecnología, procedimientos; todo análisis converge en la idea de que existe entonces un saber absoluto, el que mediante la ciencia y una buena administración se alcanzaría. Si todo se puede: fin de la historia, eclipse de las contradicciones estructurales del sistema.


Así, las críticas lanzadas multidireccionalmente no generan más que un simulacro de discusión política, una que se encarga de que cada quien quede en su lugar; lugares dispuestos por un discurso ideológico.

Parte de este simulacro tiene que ver con crear antagonismos inofensivos: la naturaleza despiadada contra el hombre, los saqueadores versus los ciudadanos, el gobierno y una supuesta oposición, los malvados dueños de minas y los buenos como Farkas, el santo Bielsa y los mafiosos, las cárceles públicas versus las modernas concesionadas, etc.

Olvidando el principal de los antagonismos: la desigualdad entre ricos y pobres. La cual gracias a la segregación urbana hace cada vez más difícil que ambos se topen. Así se olvida el olvido.

Bicentenario lleno de luces, de ficciones épicas y sus consiguientes lecciones morales. Tan hipócrita como el apólogo de San Martín: éste al toparse con un pordiosero entrega la mitad de su abrigo; acto ético que es santificado. Caridad, incluso mezquina, que ubica a un héroe y a un pobre – que ni nombre tiene el desgraciado - a medio calentarse. Qué implica esta ética? Supone que lo que un pobre requiere es resolver una necesidad básica, aunque sea con medio abrigo, si total así no se va a morir. Entonces el héroe da, pero da a la necesidad material del otro, no da su rango. No. Eso ni cagando: las cosas deben seguir igual, de eso se trata.

De ahí que generalmente surja indignación cuando un pobre se compra un plasma con el dinero de la beneficencia. Parece que sólo los ricos pueden acceder al goce, los pobres deben quedarse en el silencio indigno de la necesidad. Plusvalía del goce dice el psicoanálisis (al menos un psicoanálisis). Por cierto, hoy hay un valor más que se les puede usurpar: el show impúdico que una prensa hace con ellos.

Dar la mitad del abrigo, heroísmo fálico, algo así como el acto Bielsa. Ok, sé que el fútbol no es lo mío (no sé por qué siento que tengo que pedir perdón para hablar de esto), pero luego de escuchar a tanto hombre llorón hablando de la ética del entrenador, me queda la misma pregunta: qué pierde realmente Bielsa? Si igual tendrá un súper trabajo; por qué no se las jugó por Chile?

J. A Miller compara el apólogo de San Martín con el juicio de Salomón. Ese que propone partir a un bebé en dos ante una disputa de dos mujeres por su maternidad. Ante la renuncia de una de éstas a la a la contienda para salvar al pequeño, se decide que entonces ella es la verdadera madre. Gesto de entrega, que implica otorgar el más valioso de los bienes: su posición en el mundo.

Otorgar la posición, o relativizarla al menos, genera vacilación subjetiva, como al jefe que despiden después de veinte años: se rearticulan las relaciones y las condiciones de existencia.

Me pregunto por qué tanta negación a otorgar más que un subsidio material a los excluidos, como sería reconocer y proteger la dignidad- esa que este año hemos escuchado reclamar a gritos. Supongo porque ese gesto implica reorganizar los conflictos, poner otros nombres; quizás reponer los antagonismos contundentes antes que los inocuos. Reconocer la dignidad del Otro, el de la diferencia radical, lleva a cuestionar los paraísos inventados, hace vacilar a la hegemonía. Ya lo decía: lo principal es que al apagarse las cámaras todo quede en su lugar, por supuesto que nadie muera de frío.

Al menos sonrojado debe estar el apóstol Santiago. Patrono de la capital, quien al ser martirizado dice que sus manos podrán estar atadas pero no su lengua. Aunque el cuerpo sufra, es el nombre singular, la dignidad, el reconocimiento en el derecho el que mantiene nuestra humanidad. Devolver la palabra al otro es un primer paso.