lunes, 23 de agosto de 2010

23 BOMBAS, 33 MINEROS,UN GRAN MALESTAR EN LA CULTURA


A propósito del llamado caso bombas me pregunto cuáles son las referencias de quienes, con mucha soltura, han tildado de ideas trasnochadas aquellas que convocan a este grupo de personas formalizadas. Me pregunto qué pensaría Chomsky, Saramago, Hopenhayn, Lipovetsky, sólo por dar algunos nombres conocidos.
Serán ideas trasnochadas seguramente para la miopía tecnocrática que supone que el progreso son las carreteras, los iphone, la clonación, la psicofarmacología, quizás toda aquella sociabilidad y espiritualidad fútil generada en los tantos dispositivos de encuentros y formación de equipos artificiales.
Me pregunto entonces si a propósito del “accidente”, no tan accidental de la mina San José el discurso apuntará a las culpas políticas de la falta de fiscalización, a la falta de tecnología, a juzgar con las penas del infierno a los negligentes dueños de la mina? Cuestiones todas ciertas pero que no marcan realmente ningún cambio para el futuro.
Existe una diferencia fundamental entre el cambio como revolución y subversión. La revolución es un giro que implica un cambio de centro, otros toman el poder, pero éste último queda intacto. Cambian los nombres, los colores (ahora ya ni siquiera cambian, el rojo se prostituyó), pero la estructura de la escena es la misma: el poder representativo, el silencio ciudadano, criminalización de la disidencia, consumidores más que sujetos de deseo. Dictadura de una particular felicidad obligatoria y autista que el mercado promueve; desde el mall hasta las farmacias se nos guiña el ojo prometiéndose paz y prosperidad. Desde esta óptica no es difícil comprender porque la concertación pasó a ser oposición en las últimas elecciones: no se diferenció, no creó cultura propia.
Otra cosa es la subversión (palabra difamada injustamente por la ideología). Acá se trata de descentrar, de cambiar los términos y definiciones que parecen obvias pero no lo son: resultan ser construcciones que ocultan ideología y relaciones de poder. Aquellos que se resisten consciente e inconscientemente a las tecnologías de sociabilidad e imperativos de felicidad, aquellos cuyos deseos no se domestican son la pulga en el oído del sistema. El malestar en la cultura que no cesa, encuentra siempre algún modo de expresión, irrumpe, revuelve el gallinero, descoloca. Desde lo social a algunos se les llama terroristas o marginales, desde algunos sectores de mi disciplina se les llama “sujetos resistentes al tratamiento” o borderline; quienes no nombramos desde esas categorizaciones sabemos que hay algo que escuchar ahí. Desde el oficialismo discursivo siempre se intentará encontrar una categoría que anule cualquier mensaje que nos interrogue, de allí que es mejor vender poleras del Che Guevara en Falabella o repartir Ravotriles a diestra y siniestra antes que las cosas se tornen ominosas y aparezcan aires de cambio.
Espero que no quede sólo en el trasnoche lo que lo acontecido a los 33 mineros viene a interpelarnos: la injusticia, la desigualdad, la ambición y explotación. Espero que el discurso no gire y se enquiste como ocurrió con el terremoto (tremenda irrupción que nos dejó por momentos desnudos de sentidos) en seminarios sobre cómo enfrentar catástrofes, aplicando toda la tecnología de la emergencia y accidentalidad. Sabemos que esto es más que un accidente.
Espero también que no se criminalice a estos grupos de resistencia, que la siútica Pilar Sordo no escriba sobre las “bombas del alma” y que las bombas pasen a ser palabras, palabras que sí subviertan nuestras prácticas.
Por último debo decir que si seguir insistiendo en la idea de la realidad histórica del capitalismo como contingencia y el deseo de interrogar las contradicciones que por estructura dejan al margen de la integración siempre a los mismos, significa tener ideas trasnochadas; bueno sí creo entonces que estoy en ese exquisito borde entre el día y la noche.