lunes, 26 de diciembre de 2011

MUCHAS FELICIDADES





Al Otro, que aunque no existe, existe a veces.
Y a Marguerite Duras



Una versión de la fe-licidad es la del acto de fe. Creer en el Otro que da. Esa que hace creer que esperar vale la pena. Es la de los niños y algunos como niños.
Caben: esperar, amar neuróticamente, todo tipo de servidumbres voluntarias; pero exigir también, a veces brutalmente. Dar, a veces no es más que la cara pasiva agresiva de la demanda.

Difícil es la fe hoy, para algunos para bien y otros para mal. Como sea, su caída es el paso necesario para cagar y también crear. Que no es lo mismo, aunque se pueda crear con y en la mierda.



Está la otra: la fealicidad. Esa, la que se vende hoy. La que se parece mucho a la belleza estirada, a la psicología del Bien, a los discursos políticos tecnocráticos, a comercial de bebida energética, a la moral aséptica del pollo envasado de supermercado, a pechugona.

Se trata del contento que se obtiene por vía del fetichismo con-sentido, la fe en los objetos y en los discursos cerrados, totales.
Una mujer con muchas joyas es lo mismo que un discurso del Presidente: la fealdad de la falta de poesía. Como un libro adecuado pero sin noche, sin soledad, sin autor, como diría la Duras.

Se trata de la estética del Todo. En este sentido la Derecha y la Ciencia son siempre feas. Lo quieren todo. Para ambos la verdad es lo vulgar del primer plano porno, o lo que hay en la lupa del microscopio. Es lo mismo.
Y esperan la manipulación de todo ello.

Reconozco la tentación de tranzar esta fealdad, por el descanso que otorga el tener, y por cierto, la adaptación. Pero cuando los objetos no alcanzan, ya está. Como cuando dejamos de creer en Dios, pensamos que no creemos, pero actuamos como si lo hiciéramos. Pero con malestar, con sospecha.

La izquierda cree en el sujeto y en lo que no hay. Ahí es bella. Cuando se totaliza y se masculiniza, se pone fea también.



Y está la otra: la pequeña cotidiana felicidad. La de cada pequeña muerte del orgasmo, de la droga, nirvana, empacho, viaje, como prefiera llamarle. Con esa no me meto. Salva el día.



Pero hay otra. A veces sublimación, pero no del todo. Y no sé cómo se llama.
Es la que se le quita a los pobres porque no tiene valor de cambio. Se les quita la posibilidad de bordear la verdad fea de la molécula y la carne, al suponer que sólo tienen hambre. De ahí que nuestras políticas en educación consideran una sobra la Historia y el Arte.

También se le quita a los locos y a los desolados, porque hoy no se le da dignidad a la tristeza. Mejor amordazarlos.

Podría ubicar acá la euforia. Porque siempre nos excede, pero implica luego siempre la tristeza. Están indestructiblemente ligadas. Esa intensidad de la noche, que nunca puede ser totalitaria si se asume también la luz del día. Por eso sin asustarse. Sin asustarse. Shhhhhh…

Podría incluir también al amor sin objeto. Sin objeto y sin objetivo. Cuestión desconocida para el que siempre se las arregla para que lo amen más de lo que él mismo puede amar. O que angustia sobremanera cuando no podemos hacernos amar, y nos confundimos, suponemos que es a ese otro a quien requerimos a morir. Como el adicto.

Sobre estos últimos, los desesperados, supongo que se inventan una y otra vez un objeto con el cual confundirse. La angustia puede advenir muchas cosas, o puede ser siempre confundida con sed de objeto.

Se requiere algo más de coraje, supongo, para hacer algo con esa disposición: amar a secas. Sin ánimo de calmarlo, con ánimo a ir más allá de sí, a no saber, a no tener, ir a inventar.

Cuando los objetos, saberes y otros no alcanzan, amarrarse a la luz, al Bien, a la derecha, a la izquierda fálica, al pollo demasiado limpio, al nirvana terapéutico, a las drogas, nos lleva siempre a ser al proletariado de la felicidad. Demasiado cara, demasiada exigencia, demasiado fija, demasiado aburrida.

La angustia puede advenir deseo en el mejor de los casos, siempre y cuando el estado de no tener se pueda sostener. El otro, la cosa que nos obsesiona, puede ser nuestra causa de deseo. Nos empuja. No necesariamente debe ser un obsesivo objeto de deseo. Aunque en un instante puedan coincidir.

Se puede amar al otro en su contingencia. Podemos dejar que Eso se vaya, pero dejar lo que conmovió, de eso estamos hechos.

Nombraré acá también lo femenino y la escritura. Sobretodo la escritura femenina.
Ser mujer, mujer de verdad, es ser siempre puta, siempre de Otro. Siempre entregar la flor de la infidelidad. Infiel, con ese Otro de uno de mismo. Escribir como mujer, implica siempre el horror de toparse con ese no saber, con esa verdad salvaje de lo que tiene nombre. Es dar cuenta de una intimidad desconocida para uno mismo. Por eso el que escribe y su gente, sobretodo los cercanos no reconocen al que escribe.

Para nosotras el no tener es gratis. Pero siempre están los hombres- y las mujeres hombres- tapándonos: la boca, con cosas, hijos, golpes, razones. Ya Freud decía que la primera segregación era hacia la mujer.

Se puede sufrir y por supuesto, gozar de la exigencia, de exitismos fálicos, de traición a sí mismo. Pero también de la Nada de cada día. Y sí, ahí el mundo puede ser bello.

Porque la belleza es un tributo a lo que no hay. De ahí que sin dolor, sin soledad, sin fractura, sin ilusión de libertad y de lo imposible; hay sólo repetición, simulacro, plástico, totalitarismo.

martes, 18 de octubre de 2011

Títeres sin Titiritero





Santiago, 15 de Octubre de 2011. La ciudad ocupada.

Marchan Cristianos, Zombies e Indignados. Sujeto Hegemónico: Cero

Puedo circular por los tres, porque soy sujeto del margen. Desclasada, pero sobretodo porque soy mujer (y lacaniana).

El sujeto hegemónico no está en las marchas pero auspicia varias.

Los que marchan por Cristo y la tradición con ese fervor- por rubios que sean o se sientan- no pueden dominar hoy. Creen demasiado en el Otro, se someten demasiado; por cierto, esperan que todos nos sometamos, así no hacen el loco.

Cristianos que sin saberlo auspician a quienes los parodian sin pudor: Los chicos Zombies

Los Zombies, sin saberlo son mayoría. Una chica Zombie señala que los hay de dos tipos: “los que caminan como huevones descerebrados y los violentos”. No teníamos que disfrazarnos y marchar para representarnos un poco ahí. (Entrevista a un Zombie): http://vimeo.com/30804072

Se trata del sujeto contemporáneo: despojado de su saber hacer, pero implicado en el consumo. Muertos vivos, empujados sólo por la pulsión, acéfalos. Desecho del capitalismo, pero también sus hijos: su desfile estaba auspiciado por la cadena FOX y la radio Sonar, emisora vinculada a la iglesia.

Al sujeto hegemónico del capitalismo no le importa si sus hijos creen en Dios o en Goku, pero si sirve de ellos. La hegemonía opera al menos de tres modos: vía dominación ética, valórica; vía explotación, usurpando el plus valor del trabajo; y la nunca bien ponderada sujeción: nuestro empuje a atarnos y a someternos.

De ahí que para la hegemonía, gracias a su cinismo, acoja a todos sus hijos a través del mecanismo de control favorito de cada uno. Si bien algunas veces usa la represión- no demasiado porque como padre posmoderno no quiere ser criticado- apela a una inocua diferencia y al consenso: gocen como quieran, siempre y cuando sea con un objeto técnico autorizado (legal o ilegal), pagado con nuestras tarjetas de crédito.

Por eso casi todos somos Indignados: todos marginales, despojados de lo propio, invitados a incluirnos a una globalización de consumo administrada cada vez por menos. El sujeto político de la resistencia hoy no son sólo los excluidos materialmente, somos casi todos, somos casi todos…

La mayor parte del tiempo sospechamos que nos estaban jodiendo, aunque en la década de Fukuyama, en los noventa nos convencieron un poco de que éramos del equipo ganador. Algunos siguieron resistiendo a los yankees, otros a la religión, otros a las corporaciones, otros al smog, otros a la fuerza pública, otros a los partidos políticos. Pero hoy nos damos cuenta que nuestra indignación supera a nuestra clase política local: El gobierno es a los cristianos, como la Concertación es a los zombies…

No sabemos bien contra quien nos resistimos. Más que alguien – sin que eso sea excluyente- es a un modelo, a una lógica. Pero también a nosotros mismos en la medida en que ya estamos implicados.

Resistir entonces también a nuestra sujeción a los absolutos, a la comodidad del goce técnico versus el encuentro con el otro (aunque sea un infierno).

Resistir a cautivarse con transformar a nuestros dirigentes estudiantiles en rock stars, como nuevo gesto de la cobardía de la representación. Ir por la participación. Para que la diferencia tome dignidad debemos aspirar a la igualdad de derecho, a ejercer la potencia de cada uno.

Reclamar una política que vaya más allá de los análisis asépticos de la desigualdad social, sin arriesgarse a un proyecto libertario. Y por supuesto también apelar a la voluntad política de quienes -títeres de todos modos- son más privilegiado por la hegemonía, a arriesgar algo de su posición, más que su caridad.

Habitar el margen tiene sus beneficios.

Cuando el margen toma su potencia, no lo hace desde los emblemas fálicos. El domingo recién pasado fue tan fácil reprimir – en un acto de clasismo brutal- a los hinchas de la garra blanca, por algo fundamental: los identifican.

A nosotros no. Somos casi todos.

El horror para el control social es la potencia de resistir sin forma ni límite.
Resistir, es inventar. Inventar es pensar en lo imposible, porque lo posible es del orden de lo administrable. Lo imposible es apertura a la interrogación, no para coagular nuevos sentidos, sino que para estar en una permanente desnaturalización de la desigualdad.

Pensar lo imposible para construir el pueblo que no hay

viernes, 23 de septiembre de 2011

... con-fines de pérdida



Qué  hay en común entre la afirmación: “no se pueden crear instituciones con fines de pérdida” enunciado por nuestro presidente -a propósito de la supuesta inviabilidad de la educación gratuita-  y la saturación mediática de imágenes e historias de los muertos en el accidente de Juan Fernández?

Negar la pérdida. 

No perder clases, no perder oportunidad de lucro, no perder el alma del que partió.
Una de las mayores virtudes de las narrativas humanas es cubrir el desgarro de existir. Empalagosa ficción implicada en la construcción del velo que nos permite vivir como si tuviéramos garantías: salud, dinero, seguros, belleza, luces de neón.

Tan vital es la función de esta ficción que fácilmente se torna ideológica. Tanto las divinidades del Cielo como las del Mercado en la tierra logran administrar tal mentira. Mentira piadosa al fin y al cabo, será por eso que todos somos cómplices. 

Qué nos ha acontecido estás últimas semanas?

 No sólo videoclips que nos hacen olvidar por un instante el agujero que dejan los que partieron, sino que la imagen se satura aún más con profesionales de la salud mental - quienes a veces confunden sus saberes sobre la conducta con un rol eclesiástico- repitiendo una y otra vez las que serían unas fases del duelo. Duelo que culminaría con una superación, se cerraría el agujero. Nada se pierde para siempre. 

De ahí un paso más y el matinal se regocijará con sus cifras alegres, el imaginario colectivo pasará a otra cosa: las ofertas navideñas, los juguetes con tolueno, alunizajes, accidentes de tránsito, la PSU. Y la ganadora de la jornada: por supuesto la crisis financiera que se avecina. Exquisito problema, en tanto permite dar vuelta la cabeza frente a los conflictos sociales, genera miedo, por ende, facilita el control social (siempre y cuando nadie se ponga a discutir las causas de la crisis como algo estructural al capital).

Pero algunos defendemos la pérdida.

Sin perder no se puede vivir. Bien lo saben aquellos esclavos de sus teneres. También lo saben aquellos que para garantizar su existencia como sujeto político están dispuestos a morir de hambre.

Para Lacan el sujeto contemporáneo es proletario. En tanto -en los tiempos de la Hegemonía de la Ciencia y la Técnica- el sujeto esta cada vez más desligado de la producción de la mercancía, sin embargo quedando al servicio de su circulación.
La miseria hoy no es sólo material. Se trata del despojo del deseo del sujeto humano. Padecemos de la mutación de nuestro estatuto de sujetos a consumidores, alienados de la experiencia de producción, librados a un goce inmediato, fugaz, solitario y no pocas veces compulsivo. 

El deseo- que es la contracara de la compulsión- implica realizar la experiencia de vacío. Experiencia que requiere de la renuncia de cierta satisfacción inmediata; encuentro con el vacío que empuja a desear y a la creación. Se crea desde la Nada.

Por último,

Perder a veces implica ganar en otro sentido. Lo que la ideología obtura es que efectivamente lo público considera la posibilidad de la pérdida material en beneficio de la justicia social y el bien común.

Asimismo, si bien es cierto que los estudiantes pierden un año académico, con todo lo que ello implica; también ganamos todos de la emergencia de una nueva ciudadanía despierta, crítica y comprometida.

Pero a veces hay pérdida a secas. Como en un duelo. El duelo duele. Como dice Allouch, la muerte a secas, sin compensación. 

El agujero se bordea, no se tapa jamás. Por más narraciones de héroes, de buenos y malos, víctimas y culpables que produzcamos. Construcciones que por cierto, siempre son políticas…

CON-FÍN


viernes, 19 de agosto de 2011

MAL EDUCADOS


Se ha criticado al movimiento estudiantil con diversos adjetivos des-calificativos, desde una superioridad moral con olor a fusta vieja.

“Incitadores del desorden público”, “chiquillos que deben dejar las cosas en manos de los expertos en este punto de la discusión”, “Intransigentes”. Pendejos mal educados.

Vamos una por una.  

Primero, respecto de la crítica a las  manifestaciones cabe preguntarse: Qué es un ciudadano hoy? Parece que se ha reducido a un consumidor, alguien que debe aspirar y esperar a que las instituciones funcionen. La única voz que tiene la ciudadanía es la del clientelismo. 

Ciertamente un malestar distinto al del cliente enojado, desestabiliza los fundamentos actuales del discurso. De ahí la dificultad del gobierno (no sólo del actual) de salir de las propuestas que enfatizan la baja de las tasas de interés, propuestas que se confunden con una liquidación de invierno. Claramente se trata de intereses, pero de unos de otra naturaleza…

De qué se trata entonces la ética de la revuelta?: de lo que queda al margen de las opciones institucionales. De lo que queda en el callejón sin salida de la ley dominante. Más que una queja se trata de un acto político: tomarse la palabra. Poner en palabras un malestar de personas que exigen sus derechos – no como consumidores- sino que como sujetos.

Segundo, otros apoyan la causa pero les parece que ya es hora de confiar en los expertos.
Bien sabía en mis tiempos estudiantiles el lema de que si no sabes para una prueba, escribe en difícil y confunde. Mucho de la lógica de los expertos es eso: confundir, que nadie pueda ni siquiera preguntar. La ultra especialización nos cuenta de lo difícil que es entender.

A pesar de que hoy las ciudades se planifican para que ricos y pobres no se topen, no hay que ser experto en nada para captar lo escandaloso de la desigualdad. Pero más obsceno aún, resulta la naturalización de un sistema económico que insiste en que hay cosas que no se pueden cambiar. Se puede llegar a la luna, pero el mercado no se puede tocar. Siempre me pregunté por qué la Economía, en tanto ciencia social, más que estar al servicio de la humanidad, cobra el estatuto de la física cuántica: absolutamente ajena y hermética. Hay que subirse a la micro del sistema para no quedarse abajo, aunque nosotros mismos la hayamos inventado. 

En tiempos donde alcanza para todos, me pregunto si el egoísmo que genera la segregación es un asunto tan científico…

En tercer lugar se les acusa de intransigentes. Claro que lo son, pero cuál es el problema? A veces no se trata de negociar. Recuerdo las mesas de diálogo de los 90 para obtener información de las fuerzas armadas respecto del destino de los detenidos desaparecidos. Que había que dialogar? No se trataba más bien del derecho de exigir respuestas?

La ideología contractual, la del consenso no trabaja para la diferencia. Muchas veces opera al servicio del poder. Un ejemplo de esto es el actual proyecto de uniones homosexuales: se les permitirá regular sus bienes, pero no podrán casarse. Es decir, se otorgan beneficios dentro de la lógica de lo material, pero se despoja al proyecto de su potencial de cambio social.

Experticia, conciliar, dialogar, ser educado, que tienen en común?

Son todos nombres de buenas prácticas, pero que al utilizarse como absolutos, como ideas higienizadas de ideología; se transforman en la moral de las buenas costumbres, en una ética de la domesticación. En esa buena educación infértil que calla y que atonta. 

Todos estos juicios operan como distractores del debate que aquí está en juego. Aquel sobre el lucro, la calidad, la gratuidad de la educación, la reforma tributaria. Hasta acá fragmentos por aquí y por allá. Respuestas que evitan el meollo del asunto; respuestas atolondradas que se otorgan bajo la premura de apagar el incendio.

 Por supuesto que las crisis provocan nerviosismo. Siempre que se fractura el orden público la cosa se nos vuelve un poco siniestra. Pero no hay nadie que pueda decir que no se trata de una causa justa. Y esto pone más nervioso: los desordenados, intransigentes, inexpertos tienen razón.

Las articulaciones del malestar que hemos visto en los últimos meses ponen en jaque el estado de lo nor-mal(e) (nótese: la norma macho). Aquella norma que, mediante el recurso de naturalizar las ideas –fundamentalmente las leyes del Mercado - fija los límites de lo posible y 
de lo deseable. 

Pero hoy se escucha un malestar que no apunta a pedir un poco más de lo que el sistema puede dar, no apunta a la caridad política. Más bien interroga a la lógica misma de lo deseable instalado en el discurso hegemónico. Es decir, cuestiona la idea de que todo es una mercancía, incluso la subjetividad. 

Porque no se trata de transacciones, de oferta y demanda.  Se trata de plantear un proyecto de país. De amar algo así como Chile, y no venderlo junta a la cebolla en la gran feria financiera.


Por último, han perdido un año los estudiantes?. Ni uno sólo. No hay mejor educación que atreverse a tomar la palabra.

Entiendo que este artículo pueda considerarse irresponsable, pero bueno, si la naturalización del Mercado y de Dios es ser educado, claramente padezco de la mala educación.






sábado, 30 de julio de 2011

ENTRE LA PESADILLA Y LA BROMA

El infiernosegún Dante
Nada más horroroso que al quejarnos y gritar con indignación “llame a su jefe!”, encontrarnos con que aquel mequetrefe al que despreciamos era el primer escalafón de la jerarquía. 

Experiencia que puede ser casi siniestra, en la medida en que pone en juego la enfermedad mortal del neurótico: la caída del gran Otro que hacemos existir.

Esta operación es central en nuestro drama existencial: nuestra falta de fundamento. No somos por nada y para nada esencialmente. Carencia que nos lleva a buscar justificaciones, pruebas de existencia; algo así como “nuestra misión”, el “estamos por algo”.  Como si la existencia fuera algo del orden de lo necesario.
Al buscar justificaciones para nuestra existencia, demandamos a otro ser algo para él.  Así hacemos existir a un gran Otro. Uno del cual esperamos respuesta, pero sobretodo reconocimiento. 

Como en el ejemplo del jefe. El supuesto empleado no nos sirve, nos ofusca porque nos trata como a uno más, no somos nada para él. Él sólo cumple con las  normas que son iguales para todos, no hay excepción. Qué esperamos nosotros? Que exista uno que si sepa reconocer nuestra queja, en el fondo que somos especiales. Claramente ese otro debe ser uno ideal, Otro que esté a la altura de reconocer esto.

Se darán cuenta de que el amor es un lugar privilegiado para darnos existencia.  Ser algo para alguien. Todos sabemos lo difícil que es despachar a un pobre enamorado que no nos interesa,  por el valor que tiene ser preciados para éste. El “Existo porque Dios me ama” puede entenderse en este mismo sentido.
La consecuencia de esta dependencia al Otro, encarnado en alguien, institución o idea, es nuestro sometimiento. Sometimiento con-sentido que explica lo que Freud llamaba “Los que fracasan cuando triunfan”. Vocación de segundón del neurótico, quien se apuna a las puertas del éxito. Como si el ir más allá del ideal fuera estar en contra del Otro. 

Superar al Otro del ideal, al padre, la institución, la ideología, se vive como una traición que desdibuja el lugar de referencia y arroja al sujeto a la soledad del “haz lo que se te dé la gana”. Lugar que en nuestra fantasía lleva a suponer el exceso, el perder (ser) en el descontrol.

De ahí que muchas veces preferimos el beneplácito del jefe que ir más allá de él. Preferimos que éste nos ame, o preferimos odiarlo y justificar nuestro malestar en su nombre.

Luego de siglos de injusticias en la civilización, la teoría política no puede suponer que el poder de sometimiento es una cuestión solamente exterior, de un imperio – por cierto, del lado que sea-  que somete y obliga. A lo menos habría que suponer que en algo coincide con la estructura neurótica del sujeto.

Transitamos entre el deseo y el exceso. El deseo no consumado en la medida en que nuestro Otro opera como límite a no trasgredir. El exceso como fantasma del ir más allá de la ley del Otro.
Cuestión que es capitalizada en el discurso capitalista científico, el que nombra, o mal-dice aquello que transgrede su ley con etiquetas que van desde la enfermedad al terrorismo.

Esta lógica de sometimiento explica nuestra vocación al sacrificio para permitirnos algo del goce: es posible tomar alcohol después de “sacarse la mierda” trabajando; sentirse bien después de someter -a veces al límite- a nuestro cuerpo en el templo de la gimnasia.  A la lógica tras esto Lacan le llama plus de goce, Marx plusvalía. 

Por otro lado, cosas como escaparse del trabajo e irse de parranda o quedarse en cama sin hacer nada tienen como destino la culpa. De ahí el paso a merecer castigo es corto, a veces entregándonos más al sometimiento a la ley, a veces entregándonos más al exceso “para tocar fondo”. 

El éxito, en este contexto, es vivido muchas veces como algo que hay que cuidar y agradecer ya que el destino (otro nombre del gran Otro) nos dio la oportunidad. Si lo perdemos es entonces porque no estuvimos a la altura de nuestra encomienda divina y nos merecemos el castigo y aspiramos a una redención. Algo así como el rock star o el futbolista rehabilitado que vuelve al camino del Señor.

…y en eso nos pasamos, entre la cobardía y la culpa. Entre la pesadilla de perdernos en el exceso y la broma de esperar referencia de Otro al que se le paga con sometimiento.

El psicoanálisis opera en contra de esta divina comedia. Ya que no apunta a obturar esta falta de fundamento, ni llenarla de autoestima, ni de un conocerse a sí mismo (que siempre apunta a conocer lo bueno de sí); sino que lleva a un sujeto a interrogar todas sus dependencias a ideas, padres, amores, destinos y castigos recurrentes. 

No busca nuevas metáforas más benignas de lo necesario. Supone la contingencia, algo así como: si le fue bien o le fue mal no significa nada. Ni que se es top ni una basura, ni que los dioses están de mi lado ni que me odian. Simplemente una mezcla de circunstancias que un hacen que un día sea gris y otro brillante. Asume que todo lo que sube tiene que caer…pero puede volver a subir un rato más.

Se trata de un dispositivo ético, que interpela a un sujeto en su deseo y a vérselas de frente con la ley de su corazón (Hegel).  Ley que no acepta el universal de lo necesario, de lo que tiene que ser porque así son las cosas. 

La caída de lo necesario, del padre ideal, de Dios implica perder el amparo neurótico, pero permite sobrepasar el destino sin someterse a los designios del horóscopo. 

No todo está escrito.

sábado, 4 de junio de 2011

Inventar –se una habitación propia

Algo de dinero para comer y una habitación propia que permita estar libre de las demandas de otros, es según Virgina Woolf, lo que una mujer necesita para escribir.
Esta es una idea que me tiene cautivada.
Entiendo escribir también como crear, y esto a su vez como pensar, pero pensar en tanto ejercicio de apertura hacia lo que me excede. Apertura de pensamiento, que antes que una ruptura con el otro (pensar distinto a los demás) se trata de una ruptura consigo mismo.
A qué auto-ruptura me refiero?
La queja y pretensión de evitar las solicitudes y presiones que recaen en mí, no es más que una ilusión. Ya que la estructura de la demanda implica que ya he hecho existir a un Otro (sujeto, ideal, teoría, práctica, etc) a quien le otorgo el poder de demandarme y por cierto, al que le exijo respuestas.
Ese gran Otro, se configura como el lugar del que espero reconocimiento, en el que me atrinchero para darme una identidad o una insignia; coartada ideológica o espiritual de mi sometimiento. Gran Otro que se convierte en Ley y como toda Ley, tiene su punto loco que es su contrario (como el sadismo tras la superioridad moral, la búsqueda de un nuevo amo en la emancipación, el egoísmo en el altruismo).
 Para Freud la Ley es una pulsión encubierta, de ahí que tenga su lado obsceno, imponiéndose como ideales imposibles de cumplir, resultando la culpa y el autocastigo irreductible. J. Alemán en su “Izquierda Lacaniana” plantea que la verdadera fuerza conservadora, no pasa sólo por las instituciones explicitas, ni por la ideología, también por la propia estructura del sujeto, en su masoquismo moral por ideales: conjunción entre el sujeto y la ciudad. Pero ahí, estaría justamente la oportunidad política: en la comprensión de lo ilegitimo y contingente de los ideales totalitarios. Fisura entonces, que abre espacio a una nueva invención.
Entonces la auto-ruptura sería como el desarreglo entre el sujeto y su Otro. Como ruptura con la compulsión a lo ideal y totalitario. La habitación propia puede ser concebida como el vacío necesario para la invención. Vacío posible en la medida del desprendimiento de mis propias ataduras, ruptura con las insignias del ser. De ahí quizás la alusión de la Woolf, a la necesidad de dinero para comer y no a la necesidad de otras chapas: títulos, artilugios, reconocimientos…Títulos que no pocas veces sirven de obstáculo. Ella afirmaba que la “virtud” y la “virilidad” inhiben el pensamiento. Claro, hay demasiado que cuidar.
Si hay algo que me convoca del psicoanálisis es justamente la apuesta de un empuje a un más allá del Otro, de la virtud, de la virilidad. Aunque paradójicamente en el “mundo psicoanalítico” se repite la necesidad de llevar las insignias bien puestas.
Pienso el análisis mismo como una habitación propia, en el más radical sentido de la ruptura de la demanda: no se me solicitará ni ser bueno, ni adaptado, ni cultivar el apego, ni tener buen sexo; pero tampoco se me responderán mis demandas con soluciones, reconocimiento ni afecto. Supongo que por eso mismo hoy no ha de ser de lo más popular, si se trata de la inmediatez de las respuestas, de la evitación del dolor. Sin embargo, muchos descubren que mejor que un diagnóstico y ser llenados de definiciones es el espacio para la invención. Por eso que el psicoanálisis no es una “terapia” más, ya que implica un ética y una estética de la existencia distinta a la idea de la ciencia de arreglar los des-perfectos humanos.
Po último, pienso en la habitación propia como la experiencia de lo no todo dicho, la no toda identidad, los textos multívocos, las preguntas que no tienen una respuesta preconcebida, lo particular, aquello que no busca compulsivamente seguridades neuróticas.

lunes, 16 de mayo de 2011

El Fascismo de la opinión


Un paso tuyo es el alzamiento
De los nuevos hombres y su puesta en marcha
¡Tu cabeza se aparta: el nuevo amor!
¡Tu cabeza se vuelve: el nuevo amor!
Rimbaud, (‘A una razón’ en Obras Completas)

Polémica más que debate es lo que se ha generado frente a temas que se encienden públicamente. Aparecen generalmente dos bandos: los malos y los buenos. Claro, bajo diversos nombres  (fachos vs comunistas, empresarios vs ambientalistas, buenas madres apegadas y las malas desnaturalizadas, etc).

Hoy frente a Hidroaysén si estás a favor eres capitalista, empresario malo, si estás en contra eres responsable con la naturaleza o un hippie de mierda (depende desde donde se mire).

Lugares identificatorios que desafortunadamente generan una interdicción del pensamiento. Es cierto que se puede pensar en cuestiones acéfalas como cifras, técnicas, o bien, en como derrotar a mi enemigo atacándolo personalmente. Todo en una contienda que confunde, intoxicando con información. Resultando necesario ubicarse en un bando por doctrina, a veces algo a ciegas, ya que necesitamos referencias y guaridas.
Pero si sostenemos la idea de pensamiento como apertura hacia el Otro, es decir hacia aquello que excede mis límites, donde “la tierna seguridad del yo tiembla y vacila” (Jean- Luc Nancy en su colección de filosofía para niños “La cebrita filosófica”), es ahí donde atestiguamos el fracaso en nuestras polémicas. Cayendo muchas veces en cegueras y sorderas dogmáticas. 

En el de-bate de anoche (15-5-11) del programa Tolerancia Cero en lo único que estaban de acuerdo Sara Larraín y Daniel Fernández era que ninguno tenía ninguna voluntad de escuchar al otro. Luciendo ese tipo de diferencias que se van diluyendo en el tiempo, o siendo alguna postura absorbida por la otra.
 Me refiero a los argumentos técnicos herméticos y no comparables entre sí, para el auditor común, ataques personales e ideas autistas que nadie se encarga de explicar. En la lógica del bueno y el malo, generalmente las contradicciones y las diferencias se borran. Algo así como las cada vez más difusas diferencias entre las grandes coaliciones políticas. 

Muchas veces en las ideas más que diferencias encontramos un gran punto en común: el ideal de completud, de la aspiración a lo definitivo, base de la ideología.

La ideología se parece al amor, pero al amor neurótico. Éste último repite una y otra vez el intento de encontrar un ideal (la relación y la pareja perfecta), haciendo de la contingencia una necesidad, transformando a mi Otro en uno ideal y completo. El borrar cualquier fisura en el Otro, tiene el costo de mi propio sometimiento.  

El punto es que la historia no se termina ahí. El amor de esta manera es un fracaso garantizado. El desencuentro va provocando decepción, desesperación, a veces hasta el límite de la violencia extrema. Cual ideología.

Así, el amor neurótico como la ideología operan como una suplencia, como un tapón de la falta, de la fractura irreconciliable entre los sexos (por cuestiones de estructura), entre la idea y la cosa, en la clausura total de cualquier idea-proyecto. 

Lacan desarrolla la idea de un nuevo amor, como apertura a la contingencia más que a la necesidad del universal. Algo así como a encontrarme con eso del otro que no es lo que espero de antemano, apertura a la sorpresa.  Que el otro sea más que un objeto de mi fantasma, más allá de buenos y malos, más allá de ficciones totalitarias. 

La posibilidad de pensar y debatir está en la medida en que se puedan superar las pequeñas diferencias y las guaridas identitarias, por cierto en que no exista temor a ser violentado en el ejercicio mismo del pensar. Arriesgándose en lo que puede sorprenderme. Renunciar a la competencia por modelos “verdaderos y definitivos”, porque el amor a la naturaleza puede ser igual de fascista que la obsesión por eliminar la delincuencia.

Por último, hay que reconocer que es un muy buen síntoma el que haya polémica, superando quizás la peor de todas las ideologías: la que supone que no hay más historia, ni malestar. La pregunta es cómo evitar transformar estas luchas en nuevas repeticiones reabsorbidas por la hegemonía. Para esto no tengo respuesta, pero supongo que algo conmoverá el que se politicen los problemas y el acentuar el valor de la democracia participativa.