martes, 18 de octubre de 2011

Títeres sin Titiritero





Santiago, 15 de Octubre de 2011. La ciudad ocupada.

Marchan Cristianos, Zombies e Indignados. Sujeto Hegemónico: Cero

Puedo circular por los tres, porque soy sujeto del margen. Desclasada, pero sobretodo porque soy mujer (y lacaniana).

El sujeto hegemónico no está en las marchas pero auspicia varias.

Los que marchan por Cristo y la tradición con ese fervor- por rubios que sean o se sientan- no pueden dominar hoy. Creen demasiado en el Otro, se someten demasiado; por cierto, esperan que todos nos sometamos, así no hacen el loco.

Cristianos que sin saberlo auspician a quienes los parodian sin pudor: Los chicos Zombies

Los Zombies, sin saberlo son mayoría. Una chica Zombie señala que los hay de dos tipos: “los que caminan como huevones descerebrados y los violentos”. No teníamos que disfrazarnos y marchar para representarnos un poco ahí. (Entrevista a un Zombie): http://vimeo.com/30804072

Se trata del sujeto contemporáneo: despojado de su saber hacer, pero implicado en el consumo. Muertos vivos, empujados sólo por la pulsión, acéfalos. Desecho del capitalismo, pero también sus hijos: su desfile estaba auspiciado por la cadena FOX y la radio Sonar, emisora vinculada a la iglesia.

Al sujeto hegemónico del capitalismo no le importa si sus hijos creen en Dios o en Goku, pero si sirve de ellos. La hegemonía opera al menos de tres modos: vía dominación ética, valórica; vía explotación, usurpando el plus valor del trabajo; y la nunca bien ponderada sujeción: nuestro empuje a atarnos y a someternos.

De ahí que para la hegemonía, gracias a su cinismo, acoja a todos sus hijos a través del mecanismo de control favorito de cada uno. Si bien algunas veces usa la represión- no demasiado porque como padre posmoderno no quiere ser criticado- apela a una inocua diferencia y al consenso: gocen como quieran, siempre y cuando sea con un objeto técnico autorizado (legal o ilegal), pagado con nuestras tarjetas de crédito.

Por eso casi todos somos Indignados: todos marginales, despojados de lo propio, invitados a incluirnos a una globalización de consumo administrada cada vez por menos. El sujeto político de la resistencia hoy no son sólo los excluidos materialmente, somos casi todos, somos casi todos…

La mayor parte del tiempo sospechamos que nos estaban jodiendo, aunque en la década de Fukuyama, en los noventa nos convencieron un poco de que éramos del equipo ganador. Algunos siguieron resistiendo a los yankees, otros a la religión, otros a las corporaciones, otros al smog, otros a la fuerza pública, otros a los partidos políticos. Pero hoy nos damos cuenta que nuestra indignación supera a nuestra clase política local: El gobierno es a los cristianos, como la Concertación es a los zombies…

No sabemos bien contra quien nos resistimos. Más que alguien – sin que eso sea excluyente- es a un modelo, a una lógica. Pero también a nosotros mismos en la medida en que ya estamos implicados.

Resistir entonces también a nuestra sujeción a los absolutos, a la comodidad del goce técnico versus el encuentro con el otro (aunque sea un infierno).

Resistir a cautivarse con transformar a nuestros dirigentes estudiantiles en rock stars, como nuevo gesto de la cobardía de la representación. Ir por la participación. Para que la diferencia tome dignidad debemos aspirar a la igualdad de derecho, a ejercer la potencia de cada uno.

Reclamar una política que vaya más allá de los análisis asépticos de la desigualdad social, sin arriesgarse a un proyecto libertario. Y por supuesto también apelar a la voluntad política de quienes -títeres de todos modos- son más privilegiado por la hegemonía, a arriesgar algo de su posición, más que su caridad.

Habitar el margen tiene sus beneficios.

Cuando el margen toma su potencia, no lo hace desde los emblemas fálicos. El domingo recién pasado fue tan fácil reprimir – en un acto de clasismo brutal- a los hinchas de la garra blanca, por algo fundamental: los identifican.

A nosotros no. Somos casi todos.

El horror para el control social es la potencia de resistir sin forma ni límite.
Resistir, es inventar. Inventar es pensar en lo imposible, porque lo posible es del orden de lo administrable. Lo imposible es apertura a la interrogación, no para coagular nuevos sentidos, sino que para estar en una permanente desnaturalización de la desigualdad.

Pensar lo imposible para construir el pueblo que no hay