miércoles, 15 de agosto de 2012

Motel y el Kitsch


Dios tiene que ser una persona; para que también los instintos más bajos puedan hablar, Dios tiene que ser joven. Para el ardor de las mujeres hay que poner en primer plano un santo hermoso, para el de los varones, una María.

Nietzsche



Me preguntaba si la estética motelera es una casualidad. Creo que no.

 Las luces de neón y texturas felinas invitan a montar una escena.  Montaje sexual que -al igual que el kitsch de la decoración del escenario- hace tributo a lo artificial.   

El kitsch y el sexo motelero coinciden en su relación a lo falso. El primero, como imitación inferior de algún objeto solemne. El segundo, falsea en sus dos vertientes: ya sea por el hecho de engañar a un tercero, de allí el ocultamiento; o bien se trata del cumplimiento de alguna fantasía sexual que no coincide con las leyes de la oficialidad diurna del comensal.

Pero no sólo concuerdan en esta dimensión, sino que también en la  desmesura. La saturación material del kistch es proporcional a la dramatización de los movimiento y gemidos, que todo aquel que se haya entregado al los placeres del sexo prohibido conoce bien.

Falsedad, desmesura. El kitsch y el motel ponen en duda el buen gusto y las buenas costumbres respectivamente.  Pero esta antiestética de la práctica motelera implica una ética: tensionar al status quo.  Se ponen en duda los intereses más elevados de la ciudad.

Este montaje sexual como toda mentira, dice siempre una verdad. La verdad sobre la civilización: finalmente está erigida sobre la gran cloaca de pulsiones humanas. La cultura no es más que una erección colectiva edificada sobre el río que lleva nuestros desperdicios, vestigios del goce. 

Cada tanto se nos aparece el deseo del encuentro con esa verdad, un deseo de ir más allá de lo que existe, deseos de trasgresión, actuados o fantaseados.

Porque cuando el sexo se torna demasiado legítimo, cultural, se somete a condiciones de respetabilidad que lo transforman en nada más que una pequeña masturbación. De ahí que muchos buscan algún formato que les permita cierta trasgresión, ir más allá de sí, ser otro. Algunos requieren lo prohibido del engaño, otros montar fantasías, jugar a ser otro. Porque hay satisfacciones que requieren la valentía de inventar otra versión de uno mismo. Otra que la oficial.

El sexo requiere siempre algo de  la dimensión de lo prohibido para que obtenga la dignidad de esa verdad que nos salva algo de la purificación de todo deseo.

El  revolcón bajo las sábanas aterciopeladas es rebelde. No se reconcilia con lo existente, empuja a la invención.


miércoles, 20 de junio de 2012

La esclavitud del Revolcón


                                                                         


                                                                             Morir, después de haber sentido todo y no ser nada.
                                                                            Teresa Wilms Montt



Follar está de moda. Siempre lo ha estado dirán algunos. Pero no. La moda es una cuestión ideológica. Follar está al servicio de la biopolítica.

La política del sexo hoy es la de la cobardía. Con cara de libertad pero con cuerpo mezquino.

La ciencia  envuelve al sexo con el manto funcional de lo “saludable”. Bueno para el corazón como hacer deporte y comer fruta. Que la hormona, la feromona, la endorfina. En el fondo el sexo se reduce a un pichicateo endógeno (por eso legal).
Por cierto, la recomendación es a que sea plastificado, así no se toca al otro que siempre es una amenaza. Un riesgo de tocar al otro - potencialmente sucio e infectado- es que pudiera llevar al comensal a incurrir en gastos para el Estado.

Pero tocar al otro es también una amenaza para la ética de la felicidad masturbatoria: Gozar solo, el otro -en tanto cuerpo anónimo- es desechable, mucho más fácil que ensuciarme en los enredos del contacto con la diferencia. Demasiada socialización probablemente llevaría a la Economía a una crisis de sobreproducción: sabemos que cuando se ama, los objetos dejan de ser importantes…

Me pregunto de qué se habla cando se alude a la libertad sexual contemporánea. Supongo que la referencia es a la libertad de contratos. Pero más allá de los viejos convenios – que por cierto, nunca fueron cumplidos (que como toda norma, existen para ser transgredidos)- se trata sobretodo de estar libre del otro.

Pienso en el otro como la radicalidad de lo que me excede. Más allá de mi control, de mi seguridad, de mí. Un horror sí. Un éxtasis también. Perder-ser.

Las mujeres, siempre algo locas, sabemos de los placeres del extravío. Le llamamos amor muchas veces. Aunque sea mentira, pero ya decía Balzac que cualquier pasión que no se crea eterna es miserable.

Aunque por una noche, el sexo prohibido y anónimo puede ser valiente y libre. Cuando el descarrío de la lengua, la arritmia disidente del gran libro biológico implica la entrega que por un instante se proyecta al infinito, aunque se fugue…
Pero hoy el encuentro pasajero es reducido a su vertiente infame de la utilización orgánica de un cuerpo sobre el otro.
Lo masculino, tanto en hombres como cada vez más en las mujeres hoy, se resiste a ese amor- pasión. Amor -contingente pero inmortal- que es  un desvío beligerante del goce pequeño del orgasmo.

Para el capital y lo masculino, es siempre mejor poner en juego el cuerpo en su estatuto biológico, descarga tras descarga, desechando objetos. La masturbación con o sin otro ser humano, es placentera pero no alcanza las delicias del vuelo compartido. Aunque parezca sucia, huele demasiado a jabón. Si no hay riesgo, no hay arrebato.

La pasión fálica, el dinero, el fútbol, la guerra, siempre han sido escapes al goce marginal de lo femenino: excesivo. Ya decía García Márquez: “…el gozo que le produjo esa mujer, le había permitido entender por qué los hombres tenían miedo a la muerte”.

El amor también tiene su faz mediocre cuando supone la posesión. Porque el amor totalitario también anula la diferencia. Ahí no hay deseo que resista, apareciendo el accidente sinuoso de otro cuerpo la tentación del paraíso.



sábado, 28 de abril de 2012

PULSO

"Es el hecho del hombre indefinidamente presente a sí mismo lo que asusta. Pero debe ser ahí donde se está mejor, más cómodo para vivir la desesperación, con estos hombres sin decencia que ignoran estar desesperados." M. Duras


 Una historia para empezar. En una tribu tsimshian, una princesa tuvo a un hijo a quien llama “pequeña foca”. Éste al crecer se convierte en un gran pescador. Su abuelo, el jefe de su tribu, ofrece fiestas a los jefes vecinos, compartiendo el festín que su nieto brinda. Circunstancia que servía para presentar al joven en sociedad. Sin embargo, olvidó invitar al jefe de una de las tribus. Así, un día en el mar “pequeña foca” es asesinado ya que no es reconocido por los pescadores de la tribu que no fue invitada a la fiesta. La madre murió de pena, el abuelo de culpa.

 El relato habla de la experiencia brutal de ser nadie. Posiblemente vivida por muchos en una fiesta a la cual no hemos sido invitados. O en un trabajo en que el jefe no sabe cuál es nuestro nombre. O peor, en una relación amorosa sin nombre. De esas en las que no sabemos que somos para el otro. De ahí que siempre sea más fácil poner el cuerpo, circular sexualmente que asumir la pregunta del amor: qué soy para ti, qué eres para mí.

Amar es una ética a la inversa de la capitalista. Ya que implica no tomar al otro como pedazo de carne que me complete a mi disposición (como la oferta de objetos de Mercado), no retenerlo ni poseerlo; sino que se trata de la obligación de desprenderse. Como tener un hijo: se le otorga un nombre para circular en el mundo, más allá de mí, para que invente otra historia. A las cosas no se les da un nombre, o si se les da, ya son otra cosa que su versión primera.

A veces se toma a los hijos como cosas, a veces nos exponemos como cosas en ciertas experiencias.

 Una escena infantil ahora: un campo donde no fui presentada durante mucho tiempo. Los adultos no sé donde, los niños en algún rincón oculto. Nosotros los niños sin nombre, elegidos siempre para la canalización de la crueldad infantil. Sólo decir que no logro olvidar como escapé del hachazo en el cuello que el niño alfa del grupo tanto deseaba darme.

 Ser nadie se repite a veces. Tanta fijación, tanta obsesión, tanta manía para evitarse. Sobregirarse en las propias revoluciones. Evitar sobretodo el encuentro con una carne íntima pero desconocida, que a veces es fragmentos, otras veces se cosifica.

No soportarse: intolerancia pero también caída libre.

Un problema es recibir nombres mezquinos: chapas de la miopía psiquiátrica, de la cobardía de la norma macho (sobretodo si una es mujer), de la alienación de la cultura de la mercancía.

Nadie sabe cómo vivir, pero hoy se venden versiones empaquetadas y recalentables en horno microondas.

No.No se puede comprar, ni imitar. La vida se inventa. Si no hay nombre, darse uno. Uno amable que permita moverse. Un bautizo en serio. Con amor.

Desprenderse: del amor no correspondido, que nunca es amor. De la obsesión de la mirada de ese otro idealizado, al que le suponemos el don del reconocimiento. De la fijación por aquellos objetos que suponemos nos otorgarán la plenitud del paraíso perdido, pero que nunca alcanzan y empujan a la compulsión. De todo eso somos responsables.

Moverse. Mover el ojo.

Mirar tu propia carne desde arriba por ejemplo.

Prostituir las canciones. Escucharlas con nuevos fondos, robárselas a la fijación en un tiempo de una versión, dejar ir el verso. Así, no dolerán con otro cuerpo.

Un suspiro y estar vivo. Nombrar lo que pulsa.

Dormir hoy con alguien que diga mil veces mi nombre. Y reconocerme ahí. Poder dormir.

Pedir sin pegar golpes, dar y recibir sin tribulaciones, sin miedo.

Un suspiro más. Inventarse una vida.

sábado, 21 de abril de 2012

LA RUTA DE LA MIERDA


Tolerancia Cero, la guerra bien intencionada en democracia. No fumar, no beber, pero tampoco molestar al vecino, de eso se trata la primacía de lo privado, no perturbar al prójimo. Ese es el respeto hoy. Mi derecho a no tolerar la diferencia. Cada vez más parece que los humanos odiamos a los humanos y sus miserables comportamientos demasiado humanos. Cuestiones que alguna vez tuvieron que ver con la integración y la posibilidad del encuentro, hoy se sancionan como el Enemigo Interno de la sociedad.

El Enemigo Interno -que por cierto, como en toda segregación es tan interno y cercano- lleva a proyectar el mal en algún chivo expiatorio nuestra propia porquería. Un ejemplo es la Guerra contra las drogas.

No por nada la palabra pharmakon tiene una doble acepción: medicina y veneno. La droga no siempre ha tenido el mismo lugar en la cultura, el estatuto del consumidor varía de acuerdo del lugar político que el objeto droga ocupe en una sociedad. Mutó desde sus usos ritualizados, pasando por su uso como facilitador de la integración social, hacia la figura del enfermo moral, el enfermo víctima, hasta el delincuente: una verdadera ruta de la mierda.

Como ejercicio de resistencia frente a la naturalización de la satanización de la droga, vale la pena preguntarse por los criterios que definen quién es un adicto, quién un enfermo, quién un criminal. Claramente, se trata de criterios más bien políticos que de salud. Qué define que el alcohol sea legal, la marihuana ilegal, que las anfetaminas y otros fármacos con potencialidad adictiva se comercialicen libremente durante décadas hasta que son reemplazados por otros (mientras algunos se llenan los bolsillos capitalizando las patentes farmacéuticas)?

Hoy quién es un enfermo y quién un criminal? Porque la diferencia es de orden cuantitativo, con cuánto andabas. Pero hay que preguntarse quienes son los que deben revender la droga para poder consumirla? Los pobres. Una vez más se reproduce la lucha de clases.

Paradójicamente, la toxicidad de muchas sustancias hoy es consecuencia de la Guerra contra las Drogas. La pasta base es un buen ejemplo: es el producto de la regulación del éter en los países productores de cocaína en Latinoamérica. El problema es que el objetivo de los organismos antidroga y del narcotráfico coincide demasiado: la ilegalización que lleva a elevar los precios y reducir la pureza de las sustancias.

Se trata de una guerra empapada de inmoralidad pero con rostro de una hipermoralidad. Porque todos, pero todos sabemos quienes podemos acceder a la medicina y quienes seguirán comiendo de nuestros desechos, envenenándose.

Por qué se nos dice que drogarse es inmoral, o a lo menos es un problema? Claro que lo es, cuando se trata de un exceso, o cuando las sustancias que circulan en el mercado negro son brutalmente tóxicas. Pero no se sancionan otros excesos avalados por nuestros ejecutivos financieros o por los rostros sonrientes de televisión.

Medicina o veneno? es una oscilación que va a depender en parte de quién sea el que consume. El problema es que ese quien, es alguien que cuelga de las consecuencias de la cultura contemporánea en la subjetividad: tolerancia cero al dolor, empuje al goce inmediato, evitación de las tribulaciones de la sexualidad con sus tira y aflojes, preferencia por el autoerotismo y la búsqueda de la felicidad en lo objetos del Mercado. Todos adictos entonces? Más o menos sí.

El negocio está en prohibir algo que al mismo tiempo se promueve en el discurso social: la estupidez – por eso los estupefacientes son una tan buena alternativa- la estrechez de pensamiento.

De ahí que el problema de las drogas sea principalmente una cuestión política cuyas más nefastas consecuencias sean efecto de la cruzada moral contra las drogas. Crimen, intoxicaciones, y lo más perverso de todo: la reproducción de la desigualdad. Caviar para algunos, mierda para los de siempre. Inmoralidad legitimada para algunos, cárcel para los de siempre.

Es posible pensar una sociedad sin drogas? eso llevará a nada más que a darle más poder al poder, de ambos lados de esta guerra. Se trata de pensar al mundo sin adictos? Tampoco, todos somos adictos a veces. La adicción es bastante más amplia que el consumo de drogas ilícitas…

El consumo de drogas no es un crimen ni una enfermedad. Mientras que la adicción –cualquiera que esta sea, más allá de las sustancias ilícitas- genera dolor. Si hay algo que cualquier a-dicción implica es el desafío de dejar la compulsión, por la palabra. Cuestión muy distinta a quitar forzosamente una dependencia para lanzar al sujeto a las mismas condiciones que lo llevaron a ese punto, como también de sustituirla por alguna otra que suene tan bien que podamos comentarla con orgullo en la misa del domingo.

sábado, 14 de abril de 2012

DESOLACIÓN





Desterrado, nadie te quiso jamás, desterrado!,desterrado!,desterrado!, entristecido con el dolor de todas, todas, todas las tristezas, haz andado errabundo con tus manos cargadas de lamentables afectos lamentables, por encima de los cementerios, a la vera de las abandonadas ciudades, las abandonadas ciudades y las casas vacías, el más triste de todos los símbolos, y nunca, nunca, nunca, nunca, nunca te dijeron : “amigo”, Satanás.
Pablo De Rokha




La angustia duele. Carcome el cuerpo al punto de querer arrancar-se. Un trozo a veces. Desfigura, como un grito que excede la contención natural de las comisuras de la boca.

Habita el cuerpo, desterrando a quien podía decir algo desde esa morada. A pesar de que siempre es más fácil suponer que algo falta, sería más preciso decir que algo sobra.

Sobra: exceso y desecho.

La angustia a veces es el producto devastador tras el padecimiento de una pasión profunda. Cuando se trata de la pasión como deseo de poseer un objeto único.
Fijación que lleva a dislocarse del movimiento del planeta al que una vez uno perteneció. Pasión: padecimiento, pasivo, ser ocupado. Eso sobra.

Sobra la euforia cuando es patéticamente buscada, la fiesta permanente, sobra la compulsión al fin y al cabo. Lo compulsivo, como aquella búsqueda de la inmediatez de una satisfacción, repetitivo a muerte porque no se logra más que un instante que nunca alcanza. Y vuelve la angustia como una resaca de mañana de domingo, permanente (así imagino el infierno).

Sobra violencia. Esa violencia, que se justifica con culpas ajenas, con maldiciones de dioses, o políticos rancios. Pero hay violencias que vienen de adentro. Por eso se las busca, apasionan. Y te arremecen, y te rompen. Y te cambian para siempre, para volver igual. Hasta la tristeza.

La Violeta (la mía, por cierto) dice que se trata de una metodología. Una que lleva a recrear una escena para salir trasquilado. Una que lleva a perderlo todo, vía la violencia que obliga. A perder, aunque sea de la peor forma. Insisto, porque en la angustia sobra algo.

Así desde lo devastado, desde el vacío reunir los fragmentos, una creación posible.
Lo desolado es el exilio del territorio. Si la angustia en la desolación enmudece y se toma el cuerpo, es porque se trata del destierro del territorio de la palabra. Sobrar. No encontrar un lugar en el mundo donde alojar sin miedo a desvanecerse. Sin miedo a la muerte.

En cada encuentro con la desolación – devastación que nos arroja a la mudez de la angustia- actualizamos a ese Otro que no hizo lugar a nuestra palabra propia, porque no le hicimos falta. Como en el rechazo amoroso, como en el rechazo social: cuando no hacemos falta sobramos, somos desecho. Colgamos de unos hilos sin dueño. Desamparo.

El problema es que calculamos que se trata de llenar algo que falta, de completar- cuestión que es promovida por el discurso del Mercado: alcanzar Toda la satisfacción. Pero si hay algo que falta en la desolación no es la orientación del sol, que puede encandilar demasiado. Es quizás algo más parecido a luz del ocaso que marca un límite, una diferencia que permite ubicar distintos momentos, donde hay espacio para prender y apagar luces, cuestión que corre en la propia cuenta. Un lugar para existir. En la angustia lo que falta es la falta: espacio necesario para tener un lugar singular.

De ahí que el exceso no se combata con políticas de Tolerancias Cero, ni con la saturación contemporánea de soluciones versátiles para la vida moderna. Estas modalidades llevan a que sobre la pastilla y falte la creación. Crear algo nuevo es abrirse un espacio fuera del cuerpo con algo propio. Excederme pero sin exceso.
Des-ocuparse para que salgan los fantasmas. Que en mi caso tenían tomado el cuarto de la siesta infantil, lugar obligado después del Festival de la Una, lugar demasiado oscuro. Miedo. No poder dormir, desear dormir como sea. Sin lugar para alojar-me.

En la desolación no queda más que re-unirse en el espasmo sin Otro. Pero no sin otros, que acompañen, que acojan que escuchen, aunque sea parcialmente. Tocar el vacío sin la violencia de la metodología, sin saturación. Lugar que no promete la satisfacción del Todo pero que da lugar a lo nuevo.

Vale la pena recordar que si al borde de la muerte se puede respirar un instante más, es porque se puede sobrevivir. Como decía la nunca bien ponderada Scarlett O’ Hara: mañana será otro día.

jueves, 16 de febrero de 2012

LA VALENTÍA ES DE LOS QUE SOBRAN






Mi pasión por el margen debía venir de alguna parte.

Sentirse freak, y el temor a que alguien lo notara. Sobre todo eso, el temor a que otros se dieran cuenta. Fuera de lugar, de clase, las referencias- familiares, religiosas, políticas- se sostenían menos que mi respiración bajo el agua. Pero en los márgenes podía alojarme. Ahí a nadie le importaba.

Me transformé en una niña muda. Pero adaptada, de eso se trataba todo. Pagando los pecados de los padres. Del linaje desde Eva en adelante a veces.

Hasta que entendí en algún lugar, por cierto, distinto a mis neurotransmisores, pero sí en mi carne, que de lo que carecía no era de alguna insignia de una norma-lidad posible; sino que de palabras desde donde descansar, donde poder habitar. Palabras generosas y libres, que me aportaron una geografía comprensible.

Ahora no me callo más.

Muchas de esas palabras, que aún no cesan de inventarse, surgieron desde lo que sobraba: de la angustia, de los locos, los desviados del bien hacer, del rincón de un libro, de lo sucio, de la contradicción. De dichos al pasar, disidentes de su propio emisor. Del que ya no tiene nada más que perder. De los entregados a sus grietas.

Ahí supe de la valentía. Nada que ver con lo heroico.

El héroe se refugia en lo dicho. Quiere llevar la pluma de lo que ya está escrito en el porvenir soñado de sus Amos.

El heroísmo está teñido de la violencia más o menos ciega de la servidumbre.

Esclavos de la confianza en los absolutos, de cualquier Otro, se llame Dios o partido político. Se llame guerra, éxito, partido de fútbol; todas chapas de la soberbia erecta de la cultura hegemónica.

La cobardía del héroe está en el horror a la precoz eyaculación de su nombre, de su potencia. No es raro que el ídolo se vaya a la mierda tan joven. Demasiado que sostener, demasiado que perder.

Nada más difícil que mantener la continuidad del Nombre Propio. Sacrificando libras y libras de carne propia y ajenas en ese cometido…

El heroísmo es esclavo también del reconoci-miento. Una de las mentiras mejor administradas por el Amo: detone la bomba y será nombrado en el libro de historia de sus hijos; si es minero y se queda atrapado en un hoyo por mi negligencia, Ud. es un hombre fuerte; venda mentiras pero será el empleado del mes; meta goles; apúntense en una revolución que llevará mi nombre pero que no cambiará nada; tome mujeres que yo diseñé, de la belleza nueva, esa que no inquieta, mientras más es mejor. Todo héroe firmó un crédito con letra chica: el beneficio se lo lleva siempre Otro.

El acto valiente responde a otra ética.

El acto valiente es una necesidad que surge de un deseo inevitable. Cuando a uno no le queda otra, sino es traicionarse.

Se trata de un acto inédito para uno mismo. Momento crucial en una historia, porque la torsiona, conlleva siempre la discontinuidad de lo ya dicho de sí. Por eso la valentía va más allá del Nombre Propio, de ese nombre caprichoso inscrito por otro en mis fragmentos. La valentía hace estallar el Nombre, muchos nombres de la inclusión en el juego de otro, del tiempo ajeno.

La valentía, antes que ir a conquistar, a romper, implica romperse. Separarse de ese uno mismo, que tantas veces pasa de dulce refugio a infierno resignado.

La valentía siempre da miedo. No tiene garantías ni reconocimiento. No implica triunfos, ni nada que brille, pero le da dignidad a vivir. Y la dignidad es a lo único a lo que no se puede renunciar. Si resistieron en Auschwitz, podemos resistir a la atrocidad de la dictadura biopolítica, que nos impone la miserable inclusión en la moral mediocre del Mercado.

La valentía es siempre marginal. Está hecha de lo que sobra en la cultura hegemónica; pero también de lo que nos sobra de las construcciones domesticadas de nosotros mismos.

Aunque marginal -la revuelta de sí- puede permitir habitar el mundo con otros, pero desde lo nuevo. Otras palabras, otros actos, otros existenciarios. Quizás sí alguna revolución.

Que nadie más se calle nunca.

lunes, 6 de febrero de 2012

KENITA




Estos días me dio por preguntar a cuanto compatriota pelador que se me cruza, cuál es el pecado de Kenita. Me miran como si fuera obvio, y con algo de odio por cierto, porque está vetado defender a la chica: su pecado tendría dos aristas. Una cuantitativa, muchos novios, y una cualitativa, su elección estaría basada en el interés económico.

Para mí, su único pecado es enamorarse de hombres que gracias a la sodomía fanática del patriotismo macho, se creen un espécimen deluxe …fomes, vacíos, apasionados por las bolas.

En definitiva cuál es el problema con la rubia? JM dice que es su actitud de mosca muerta, mientras que la Geisha encanta porque nos refriega su verdad, no hay engaño, el que va Va.

Efectivamente Kenita se equivoca al defender la misma moral que la ataca. El primer mandamiento de la moral del muerto: No desear. No desee traicionar a su clase, no desee ir más allá de su padre, no desee lo imposible, no desee tener más dinero si no pide el crédito con nosotros, no desee vivir en un lugar que no le corresponde, y sobretodo, si es mujer no desee nada. Al menos nada en su condición de mujer, porque siempre se puede jugar al objeto, la madre o el hombre.

Es el problema que tenemos todos cuando nos suponemos al margen del ideal. A veces estamos dispuestos a traicionarnos por ser un poco más perfectos – uno de los nombres con más disimulo del fascismo- un poco más elegantes, solemnes, ABC1, buenos, altruistas y desinteresados; o la otra versión, más cool, especiales, progre pero siempre incluidos en el mainstream o el mainstream B.

En ese gesto, sin saberlo le damos más poder al poder, a la hegemonía, parece que siempre somos un poco más reaccionarios de lo que suponemos…

Aspirar a la inclusión, traicionando nuestra diferencia, nos hace y nos hará siempre el proletariado de esa clase.

Es lo que ocurrió con las primeras feministas, quienes defendieron los derechos de un tipo de mujer: la que el hombre hegemónico inventa.

Es lo que ocurre con los gays cuando se ofenden cuando un humorista los llama promiscuos.

Es lo que le pasa al nuevo rico, cuando quiere ser aceptado por el hijo del dinero antiguo.

Pero así como el post feminismo da la lucha por la diferencia, por la mujer del margen: la fea, la gorda, la caliente, la pobre. Es posible defender otra moral, la de la sexualidad más allá de la dictadura médica- religiosa, la del dinero del que emprende como algo mucho más interesante que la del que hereda todos los títulos.

El problema de Kenita y el nuestro es que le teme a la palabra promiscuidad, locura, ambición. En el fondo pura inquietud del deseo.

Darle dignidad a esas palabras sí es sub-versivo.

Siempre hay interés y narcisismo en lo que hacemos. El enamora-miento su paradigma. Por una parte, creemos ver en el otro, a quien apenas conocemos, algo que tiene que ver profundamente con nosotros mismos. Por otro lado, nos vemos empujados a mostrar una versión mejorada de nosotros.

Es esto ser maraca? Es una mentira la primera etapa del amor, como los serial lovers sostienen?
Sí y no. La verdad es siempre una versión, no hay más verdad que eso. Y en la vida podemos movernos hacia versiones que nos hagan más o menos felices. De eso somos siempre responsables.

Por último, el problema hoy en la cultura no es cuando mostramos la retaguardia a un Amo. Todas y todos los Kenitas debemos aceptar con decoro y valentía el problema de administrarla y capitalizarla en todos los sentidos: venderla, moverla, tatuarla, gozarla. En otras palabras, aceptar nuestros modos de gozar…y ojalá los del otro.

Sí, el culo nos sirve para algo más que sentarnos.

jueves, 19 de enero de 2012

MONO CULIAO









“Por más alto que uno se siente,
siempre está sobre su culo”. Rabelais






Hay un insulto de hombre a otros hombres que me inquieta, el mono culiao.

Cosas de hombre pienso. Pero no entiendo el insulto. Insulto que percibo apunta a una especie de falta de educación, cultura, en fin, a la falta de alguna de las construcciones solemnes sobre la gran cloaca de la humanidad.

Pero cómo? No es acaso el hombre más solemne el que más cree y defiende al mono? El hombre cabeza de ciencia por ejemplo, supone que las conductas las explica la genética, las feromonas o no sé qué otra tripa. Sin dignidad. Es que no existe el alma, dicen los más educados.

Claro que no existe el alma. Qué se vienen a creer? Pero eso no me convierte en mono, ni mi deber es andar amamantando guaguas. Tengo una subjetividad. Soy una mixtura de cuerpo, ideas e historia. Historias que sé y varias que no, otras que no sé qué sé. Por eso la historia importa. Aunque parece que cada vez más a los educados les importe menos.

Pero contaré una historia. La que no saben que saben aquellos de la superioridad moral del mono culiao.

Hay monos en todas partes, en la marginalidad y en los doctorados de la cota mil.
Podría nombrar la relación de los hombres a las mujeres como un ejemplo. Muchos nos dan a nosotras estatuto de monas. Claro, que para ellos hay monas decentes y otras que no. Pero a todas se nos tortura de alguna manera. Por putas, por tontas, por ser su mujer.

Pero cuando amamos -que nosotras amamos a morir- no sé si un mono puede hacer eso… nos temen. Cuando deseamos, se ponen nerviosos. Cuando competimos, nos quieren destruir.

Para no ser injusta con ellos, hay que decir que todos y todas podemos creer en el mono de diversas formas.

Acá un ejemplo. Confieso que cuando me ando angustiando y desangustiando me pongo diagnósticos, que bipolar, que leve hipertimia, pero nada. No sirve de nada. Debo saber en que anda mi deseo. Eso y nada más. Nada más me alivia. Porque no soy un mono. Aunque a veces pido ayuda como si lo fuera: cuando creo que la banana de la farmacia me curará.

Basta con el mono. Vamos con el problema de ser culiao. Perdón culiado.


Se trata de un gravísimo agravio para la lógica fálica.

Da la impresión que todos tenemos que ver con esto. A todos - sobretodo a los pobres- pero no sólo a ellos, nos meten la trampa a diario. La trampa del mercado, la trampa del mono, la trampa de Dios, la del saber, la trampa de lo masculino y lo femenino. Todos culiados entonces.

Pero hay una trampa gratis. Incluso en aquellos que están en la posición privilegiada de andar pensando que son los otros los monos. Porque no es justamente la moral masculina burguesa, sobretodo educada, aquella que más determinada está?

Son los atados a sus teneres, a sus buenas costumbres, los que sostienen a Dios por política, y creen en el fondo que no creen. Pero Dios les mete todos los días la punta de su ética: la culpa, el odio a la libertad, la locura, la diferencia y a la mujer. La ética pequeña del tener. La ética del “las cosas son así”. One way.

Tienen tanto que perder…

Pero no sólo el dinero esclaviza. Con el saber ocurre lo mismo. Como aquel que no puede opinar más allá de lo que dijo otro. Su maestro Otro que le mete la trampa de la sodomía del saber impostado.


Ninguna esclavitud peor que la del suponer una forma de vivir, de pensar, de contar. De la sexualidad.

Un ejemplo de la contradicción de la esclavitud del tener, es la graciosa paradoja de muchos homofóbicos, quienes tienden a moverse desde lo que llamamos el carácter anal: Cagados, misóginos, cobardes.

Sería injusto si le atribuyera la cobardía de monito sólo a los que poseen la tripa que brilla. Qué nos cabe a nosotras? Nosotras que tantas veces somos nuestras peores enemigas, que no somos capaces de hacer fraternidad congénere. Que nos asusta nuestra propia posibilidad de la diferencia, esa diferencia radical que extravía. Todavía nos da miedo el lobo supongo. El problema es que le damos más fuerza.

La libertad huele a pasión, entonces a femenino. A los seres a quienes las cosas del mundo no nos alcanzan. Siempre nos asustaron tanto con la marginalidad…

Cada uno con sus trampas y sus cuerdas. No nos hagamos los tontos.

Hoy donde Dios no opera, opera la cínica hipótesis del mono. El mono nos salva, de cuando en cuando a todos, cuando no queremos entender nada. La pastilla es para cuando nos ponemos mono.

Todos monos culiados entonces. Aunque parcialmente. Más allá de eso…

El vértigo infinito de la libertad que no hay. Y que aunque no se pueda, quién se atreve?