jueves, 30 de septiembre de 2010

DISCRIMINACIÓN CORTÉS



Me demoré en entender porque me ha costado tanto tomar posición en el actual conflicto mapuche. Desde mi posición política y ética no tengo dudas respecto de ponerme del lado de lo vulnerado; sin embargo en esta oportunidad algo me ha llevado a resistirme a tomar una defensa pública tan apresurada. En cualquier foro al respecto, aparece un discurso (a veces más o menos argumentado) de defensa efervescente por la causa y cualquiera que cuestione algo es apabullado ferozmente. Me di cuenta de que hay algo forzoso, como políticamente correcto en la defensa de esta causa. Y lo políticamente correcto siempre me ha parecido sospechoso.
Una columna de Carlos Peña (http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2010/09/26/el-conflicto-chilenomapuche.asp)me da una clave: el oficialismo discursivo puntúa el texto como "el problema mapuche" y no como el problema "chileno-mapuche", es decir el problema es unilateral. Como aquellos padres autoritarios, fagocitadores y ciegos que llevan a sus hijos al psicólogo argumentando que éstos tiene un problema. Probablemente lo tienen, pero ellos tienen todo que ver. No hacerse parte del problema lleva a no reconocer al otro como un igual en términos de derecho. Como el padre que dice ayudar al hijo porque lo quiere, pero muchas veces lo hace porque lo encuentra desadaptado e imbécil.
El reconocimiento del otro genera la tensión de la diferencia, la discusión, la pérdida de referencias a veces; cuestión angustiante pero movilizadora. Resulta mucho más angustiante - al menos para un lado- el no ser reconocido. Si lo hegemónico (sea la ideología económica, el religión, el padre que se las sabe todas) arrasa con la diferencia, ésta grita, chilla ya que no tiene palabras en las cuales representarse. Grita y se atrinchera en un nombre propio, nombre que le permite sostener cierta singularidad (por ejemplo, alguna de las llamadas "minorías"). Como cuando alguien se siente amenazado por los abundantes sabelotodo, uno se ve convocado a diferenciarse con alguna etiqueta.
No resulta extraño que justo cuando a Fukuyama se le ocurre que a partir de la caída del comunismo soviético se acaba la historia, es decir las tensiones que generan revolución, aparezcan los estallidos fundamentalistas. Estallidos disidentes frente a a la homogenizaciòn de la globalización del mercado. En la clínica a los que hacen estallidos se les llama borderline, nombre que desde la ciencia de la salud mental sirve para reducir el mensaje contenido en el grito. La medicina que opera desde una ideología- lejos de tratarse de una ciencia de expertos neutrales- anula, cual ley antiterrorista, el derecho de estos sujetos de ser escuchados dignamente: "Hay que medicarlo de por vida".
Así, resulta fácil caer en una especie de paternalismo, que se asume protector y preocupado pero que aplasta al otro, de ahí al estallido no hay más que un paso. La preocupación "políticamente correcta" resulta una discriminación cortés y elegante, que no le da dignidad al otro. Zizec plantea que no existe racismo realmente cuando se puede bromear con otro sobre su raza, religión, condición, etc sin que nadie se sienta atacado; mientras que ese cuidado político por no ofender a las llamadas "minorías" (por cierto,etiqueta que le da más poder a la llamada mayoría) también inferioriza bajo la sonrisa de las buenas intenciones.

Por último, me pregunto entonces si la modificación a la ley antiterrorista del gobierno - oportunista o no- resuelve realmente el problema, me parece que no. Los huelguistas tildados de intransigentes por el gobierno, quizás lo son en el sentido de rechazar ser definidos como el niño problema al que hay que darle un chocolate para calmarlo. Rechazar ese lugar abre la posibilidad de exigir un diálogo entre partes que están a la misma altura.

jueves, 23 de septiembre de 2010

De Putas y madres I: La mirada del lobo


Poco queda de la mujer fatal, esa retratada tantas veces en el arte. Aquella mujer misteriosa, seductora que puede hacer claudicar a cualquier héroe. Mujer siempre extranjera, en tanto desconocida, ominosa; fatal en tanto siempre pertenece a Otro (o bien, nunca pertenece a quien quiera poseerla) invitando a transgredir lo prohibido, por supuesto elevando el deseo a las nubes. Poco queda de ella, ha sido más bien sustituida por otra figura: “la modelo” y todas sus variantes. Mujeres, éstas últimas, de pura superficie, sin enigma, sin transgresión. Kant señalaba que lo bello inspiraba una tranquila contemplación, mientras que lo sublime evoca ese extraño placer que conlleva temor. La modelo, mujer bella muestra sin censura su cuerpo y su intimidad, con la idea de que eso es todo, no hay enigma, no hay engaño, no hay amenaza para nadie; en fin mujeres diseñadas por hombres: demasiado domesticadas.
La historia ha sido escrita en masculino, en su lógica falocéntrica, llena de solemnidad, insignias y héroes (lea por favor la alegoría a lo heroico que hace el Sr. Piñera en la edición del 12 de Septiembre de la revista Que Pasa). Lo femenino por su parte, siempre insolente con la seriedad masculina, desde la disidencia puede embaucar, ridiculizar el templo de lo fálico; en el fondo es una posición arriesgada , en tanto no hay nada que perder (a diferencia de lo masculino que está siempre embarazado, complicado con el tener).

Esa parte disidente que puede habitar en lo femenino – por cierto, como todo lo disidente- es callada ya que amenaza. Históricamente ese femenino ha sido castigado (en la literatura son esas que siempre terminan mal, con un castigo ejemplificador), encerradas, acusadas de locas, de brujas, de putas ante el más mínimo impasse; todos nombres que capturan su diferencia. Hoy a lo disidente se le aplica la ley antiterrorista, quizás no es tan distinto a lo que ocurre en lo privado de un femicidio: lo que se quiere eliminar es el terror que la alteridad de una mujer conlleva; si al final de cuentas se mata a una mujer cuando no se puede poseer.
Un amigo le llama graciosamente “la mirada del lobo”, a aquellas féminas que generan desconfianza, de las que nunca se sabe bien que quieren. Muchos escapan o bien se encargan de apagarlas, convirtiéndolas en damas virginales a quien proteger, en mejores amigas o se las degrada acusándolas con demasiada facilidad de putas, maracas, etc. Debo decir que les ocurre incluso a aquellos que se sienten progresistas. Muchas veces son las propias mujeres quienes borran su mirada del lobo, ya sea compitiendo con lo masculino, o bien volviéndose demasiado predecibles, demasiado legítimas.
Todas cobardías frente al vértigo del goce.
Si usted es un poco loca, no renuncie, no acuda tan rápidamente a la farmacia.

jueves, 9 de septiembre de 2010

neuróticos, zen y la ideología


Hace algunas semanas una revista femenina -es decir de construcción de un determinado femenino- publicó una edición sobre lo que sería “la vida buena”. Es siempre interesante analizar las producciones de verdad que estas inocentes publicaciones conllevan. De ninguna manera se abre la pregunta respecto de qué sería la vida buena en lo contemporáneo o por lo menos en el marketero concepto del Bicentetenario, abriendo preguntas o algún debate; pues no, ya que eso implicaría hablar de la mala vida, sí esa parte fea que tiene que ver con nuestro padecimiento en el contexto social y en aquel infierno que Sartre nombraba como el de las relaciones con los otros. Por supuesto todas cuestiones que no coinciden con la ética y estética propuesta (incluso impuesta) por la ideología implícita en estos artículos.
Por qué no coincide? Mire alrededor, qué le ofrecen? Qué le dicen? Farmacias en cada esquina; una neurosis cada vez mayor por la “buena comida” (y muy costosa por cierto) que sería esta tendencia a lo macrobiótico, orgánico, cualquier cosa que se acerque a lo “especial” (es fundamental no ser masivo); un imperativo de belleza y de goce, donde quien no es un súper gozador sexual es un trancado, ñoño y looser (cuestión que provoca un nivel de ansiedad y pánico brutal frente a la sexualidad, apareciendo la tentación de goces sustitutos, generalmente químicos); y mi favorito el “Conocerse a sí mismo”. Por supuesto que no se trata de cualquier conocerse, se trata de uno que tiene que ver con elevar el amor propio a las nubes, sentirse especial y bello (por dentro o por fuera) potente y capaz. Desde el psicoanálisis sabemos de la represión de aquellos aspectos que nadie quiere conocer de sí mismo: la parte fea, nuestros excesos, fijaciones (eso que nos deja pegados), limitaciones y vergüenzas, la parte sucia, nuestras contradicciones y lo más pero más atroz nuestra contingencia. Obviamente un estética bien poco comercial.
Mire otra vez. Recuerde las imágenes que ofrecen los centros de salud mental: gente corriendo por campos de margaritas o mirando al cielo con los brazos abiertos como extasiados en una plenitud donde nada importa (en serio eso tiene que ver con la felicidad?, ni siquiera a los cinco años yo me lo imaginaba así, es más, creo que a esa edad mi paraíso era hacer sufrir a mi hermano menor). Recuerde lo que ofrecen los cursos de superación personal de corte oriental importado: algo así como despréndase de las banalidades y bajezas de lo mundano, pero…así será exitoso en los negocios.
No es nada raro el auge de este estilo y terapéutica de corte oriental que nos invade, ya que su versión occidentalizada coincide plenamente con la ideología oficial: una lógica de desprendimiento que facilita - al igual que la farmacopea (porque aunque parezcan contrarias operan del mismo modo)- tolerar el mundo sin afectarnos más de la cuenta. Es decir, anular justamente el malestar, que tanto en lo psíquico como en lo social, es agente de subversión, de cambio. Esta posición de neurótico elevado, conlleva una subjetividad domesticada hiperadaptada (Sí, lo lamento…nada de especial).
Usos farsantes de terapéuticas y religiones. Como dice Makisa: la conciencia no es cuestión de mística.