lunes, 26 de diciembre de 2011

MUCHAS FELICIDADES





Al Otro, que aunque no existe, existe a veces.
Y a Marguerite Duras



Una versión de la fe-licidad es la del acto de fe. Creer en el Otro que da. Esa que hace creer que esperar vale la pena. Es la de los niños y algunos como niños.
Caben: esperar, amar neuróticamente, todo tipo de servidumbres voluntarias; pero exigir también, a veces brutalmente. Dar, a veces no es más que la cara pasiva agresiva de la demanda.

Difícil es la fe hoy, para algunos para bien y otros para mal. Como sea, su caída es el paso necesario para cagar y también crear. Que no es lo mismo, aunque se pueda crear con y en la mierda.



Está la otra: la fealicidad. Esa, la que se vende hoy. La que se parece mucho a la belleza estirada, a la psicología del Bien, a los discursos políticos tecnocráticos, a comercial de bebida energética, a la moral aséptica del pollo envasado de supermercado, a pechugona.

Se trata del contento que se obtiene por vía del fetichismo con-sentido, la fe en los objetos y en los discursos cerrados, totales.
Una mujer con muchas joyas es lo mismo que un discurso del Presidente: la fealdad de la falta de poesía. Como un libro adecuado pero sin noche, sin soledad, sin autor, como diría la Duras.

Se trata de la estética del Todo. En este sentido la Derecha y la Ciencia son siempre feas. Lo quieren todo. Para ambos la verdad es lo vulgar del primer plano porno, o lo que hay en la lupa del microscopio. Es lo mismo.
Y esperan la manipulación de todo ello.

Reconozco la tentación de tranzar esta fealdad, por el descanso que otorga el tener, y por cierto, la adaptación. Pero cuando los objetos no alcanzan, ya está. Como cuando dejamos de creer en Dios, pensamos que no creemos, pero actuamos como si lo hiciéramos. Pero con malestar, con sospecha.

La izquierda cree en el sujeto y en lo que no hay. Ahí es bella. Cuando se totaliza y se masculiniza, se pone fea también.



Y está la otra: la pequeña cotidiana felicidad. La de cada pequeña muerte del orgasmo, de la droga, nirvana, empacho, viaje, como prefiera llamarle. Con esa no me meto. Salva el día.



Pero hay otra. A veces sublimación, pero no del todo. Y no sé cómo se llama.
Es la que se le quita a los pobres porque no tiene valor de cambio. Se les quita la posibilidad de bordear la verdad fea de la molécula y la carne, al suponer que sólo tienen hambre. De ahí que nuestras políticas en educación consideran una sobra la Historia y el Arte.

También se le quita a los locos y a los desolados, porque hoy no se le da dignidad a la tristeza. Mejor amordazarlos.

Podría ubicar acá la euforia. Porque siempre nos excede, pero implica luego siempre la tristeza. Están indestructiblemente ligadas. Esa intensidad de la noche, que nunca puede ser totalitaria si se asume también la luz del día. Por eso sin asustarse. Sin asustarse. Shhhhhh…

Podría incluir también al amor sin objeto. Sin objeto y sin objetivo. Cuestión desconocida para el que siempre se las arregla para que lo amen más de lo que él mismo puede amar. O que angustia sobremanera cuando no podemos hacernos amar, y nos confundimos, suponemos que es a ese otro a quien requerimos a morir. Como el adicto.

Sobre estos últimos, los desesperados, supongo que se inventan una y otra vez un objeto con el cual confundirse. La angustia puede advenir muchas cosas, o puede ser siempre confundida con sed de objeto.

Se requiere algo más de coraje, supongo, para hacer algo con esa disposición: amar a secas. Sin ánimo de calmarlo, con ánimo a ir más allá de sí, a no saber, a no tener, ir a inventar.

Cuando los objetos, saberes y otros no alcanzan, amarrarse a la luz, al Bien, a la derecha, a la izquierda fálica, al pollo demasiado limpio, al nirvana terapéutico, a las drogas, nos lleva siempre a ser al proletariado de la felicidad. Demasiado cara, demasiada exigencia, demasiado fija, demasiado aburrida.

La angustia puede advenir deseo en el mejor de los casos, siempre y cuando el estado de no tener se pueda sostener. El otro, la cosa que nos obsesiona, puede ser nuestra causa de deseo. Nos empuja. No necesariamente debe ser un obsesivo objeto de deseo. Aunque en un instante puedan coincidir.

Se puede amar al otro en su contingencia. Podemos dejar que Eso se vaya, pero dejar lo que conmovió, de eso estamos hechos.

Nombraré acá también lo femenino y la escritura. Sobretodo la escritura femenina.
Ser mujer, mujer de verdad, es ser siempre puta, siempre de Otro. Siempre entregar la flor de la infidelidad. Infiel, con ese Otro de uno de mismo. Escribir como mujer, implica siempre el horror de toparse con ese no saber, con esa verdad salvaje de lo que tiene nombre. Es dar cuenta de una intimidad desconocida para uno mismo. Por eso el que escribe y su gente, sobretodo los cercanos no reconocen al que escribe.

Para nosotras el no tener es gratis. Pero siempre están los hombres- y las mujeres hombres- tapándonos: la boca, con cosas, hijos, golpes, razones. Ya Freud decía que la primera segregación era hacia la mujer.

Se puede sufrir y por supuesto, gozar de la exigencia, de exitismos fálicos, de traición a sí mismo. Pero también de la Nada de cada día. Y sí, ahí el mundo puede ser bello.

Porque la belleza es un tributo a lo que no hay. De ahí que sin dolor, sin soledad, sin fractura, sin ilusión de libertad y de lo imposible; hay sólo repetición, simulacro, plástico, totalitarismo.