
Me demoré en entender porque me ha costado tanto tomar posición en el actual conflicto mapuche. Desde mi posición política y ética no tengo dudas respecto de ponerme del lado de lo vulnerado; sin embargo en esta oportunidad algo me ha llevado a resistirme a tomar una defensa pública tan apresurada. En cualquier foro al respecto, aparece un discurso (a veces más o menos argumentado) de defensa efervescente por la causa y cualquiera que cuestione algo es apabullado ferozmente. Me di cuenta de que hay algo forzoso, como políticamente correcto en la defensa de esta causa. Y lo políticamente correcto siempre me ha parecido sospechoso.
Una columna de Carlos Peña (http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2010/09/26/el-conflicto-chilenomapuche.asp)me da una clave: el oficialismo discursivo puntúa el texto como "el problema mapuche" y no como el problema "chileno-mapuche", es decir el problema es unilateral. Como aquellos padres autoritarios, fagocitadores y ciegos que llevan a sus hijos al psicólogo argumentando que éstos tiene un problema. Probablemente lo tienen, pero ellos tienen todo que ver. No hacerse parte del problema lleva a no reconocer al otro como un igual en términos de derecho. Como el padre que dice ayudar al hijo porque lo quiere, pero muchas veces lo hace porque lo encuentra desadaptado e imbécil.
El reconocimiento del otro genera la tensión de la diferencia, la discusión, la pérdida de referencias a veces; cuestión angustiante pero movilizadora. Resulta mucho más angustiante - al menos para un lado- el no ser reconocido. Si lo hegemónico (sea la ideología económica, el religión, el padre que se las sabe todas) arrasa con la diferencia, ésta grita, chilla ya que no tiene palabras en las cuales representarse. Grita y se atrinchera en un nombre propio, nombre que le permite sostener cierta singularidad (por ejemplo, alguna de las llamadas "minorías"). Como cuando alguien se siente amenazado por los abundantes sabelotodo, uno se ve convocado a diferenciarse con alguna etiqueta.
No resulta extraño que justo cuando a Fukuyama se le ocurre que a partir de la caída del comunismo soviético se acaba la historia, es decir las tensiones que generan revolución, aparezcan los estallidos fundamentalistas. Estallidos disidentes frente a a la homogenizaciòn de la globalización del mercado. En la clínica a los que hacen estallidos se les llama borderline, nombre que desde la ciencia de la salud mental sirve para reducir el mensaje contenido en el grito. La medicina que opera desde una ideología- lejos de tratarse de una ciencia de expertos neutrales- anula, cual ley antiterrorista, el derecho de estos sujetos de ser escuchados dignamente: "Hay que medicarlo de por vida".
Así, resulta fácil caer en una especie de paternalismo, que se asume protector y preocupado pero que aplasta al otro, de ahí al estallido no hay más que un paso. La preocupación "políticamente correcta" resulta una discriminación cortés y elegante, que no le da dignidad al otro. Zizec plantea que no existe racismo realmente cuando se puede bromear con otro sobre su raza, religión, condición, etc sin que nadie se sienta atacado; mientras que ese cuidado político por no ofender a las llamadas "minorías" (por cierto,etiqueta que le da más poder a la llamada mayoría) también inferioriza bajo la sonrisa de las buenas intenciones.
Por último, me pregunto entonces si la modificación a la ley antiterrorista del gobierno - oportunista o no- resuelve realmente el problema, me parece que no. Los huelguistas tildados de intransigentes por el gobierno, quizás lo son en el sentido de rechazar ser definidos como el niño problema al que hay que darle un chocolate para calmarlo. Rechazar ese lugar abre la posibilidad de exigir un diálogo entre partes que están a la misma altura.