Dios tiene que ser una persona; para que
también los instintos más bajos puedan hablar, Dios tiene que ser joven. Para
el ardor de las mujeres hay que poner en primer plano un santo hermoso, para el
de los varones, una María.
Nietzsche
Me preguntaba si la estética motelera es una casualidad. Creo que no.
Las luces de neón y texturas felinas invitan a
montar una escena. Montaje sexual que
-al igual que el kitsch de la decoración del escenario- hace tributo a lo
artificial.
El kitsch y el sexo motelero
coinciden en su relación a lo falso. El primero, como imitación inferior de
algún objeto solemne. El segundo, falsea en sus dos vertientes: ya sea por el
hecho de engañar a un tercero, de allí el ocultamiento; o bien se trata del
cumplimiento de alguna fantasía sexual que no coincide con las leyes de la
oficialidad diurna del comensal.
Pero no sólo concuerdan en esta
dimensión, sino que también en la
desmesura. La saturación material del kistch es proporcional a la
dramatización de los movimiento y gemidos, que todo aquel que se haya entregado
al los placeres del sexo prohibido conoce bien.
Falsedad, desmesura. El kitsch y el
motel ponen en duda el buen gusto y las buenas costumbres respectivamente. Pero esta antiestética
de la práctica motelera implica una ética: tensionar al status quo. Se ponen en duda los intereses más elevados
de la ciudad.
Este montaje sexual como toda
mentira, dice siempre una verdad. La verdad sobre la civilización: finalmente
está erigida sobre la gran cloaca de pulsiones humanas. La cultura no es más
que una erección colectiva edificada sobre el río que lleva nuestros
desperdicios, vestigios del goce.
Cada tanto se nos aparece el deseo
del encuentro con esa verdad, un deseo de ir más allá de lo que existe, deseos
de trasgresión, actuados o fantaseados.
Porque cuando el sexo se torna
demasiado legítimo, cultural, se
somete a condiciones de respetabilidad que lo transforman en nada más que una
pequeña masturbación. De ahí que muchos buscan algún formato que les permita cierta
trasgresión, ir más allá de sí, ser otro. Algunos requieren lo prohibido del
engaño, otros montar fantasías, jugar a ser otro. Porque hay satisfacciones que
requieren la valentía de inventar otra versión de uno mismo. Otra que la
oficial.
El sexo requiere siempre algo de la dimensión de lo prohibido para que obtenga
la dignidad de esa verdad que nos salva algo de la purificación de todo deseo.
El
revolcón bajo las sábanas aterciopeladas es rebelde. No se reconcilia
con lo existente, empuja a la invención.