miércoles, 15 de agosto de 2012

Motel y el Kitsch


Dios tiene que ser una persona; para que también los instintos más bajos puedan hablar, Dios tiene que ser joven. Para el ardor de las mujeres hay que poner en primer plano un santo hermoso, para el de los varones, una María.

Nietzsche



Me preguntaba si la estética motelera es una casualidad. Creo que no.

 Las luces de neón y texturas felinas invitan a montar una escena.  Montaje sexual que -al igual que el kitsch de la decoración del escenario- hace tributo a lo artificial.   

El kitsch y el sexo motelero coinciden en su relación a lo falso. El primero, como imitación inferior de algún objeto solemne. El segundo, falsea en sus dos vertientes: ya sea por el hecho de engañar a un tercero, de allí el ocultamiento; o bien se trata del cumplimiento de alguna fantasía sexual que no coincide con las leyes de la oficialidad diurna del comensal.

Pero no sólo concuerdan en esta dimensión, sino que también en la  desmesura. La saturación material del kistch es proporcional a la dramatización de los movimiento y gemidos, que todo aquel que se haya entregado al los placeres del sexo prohibido conoce bien.

Falsedad, desmesura. El kitsch y el motel ponen en duda el buen gusto y las buenas costumbres respectivamente.  Pero esta antiestética de la práctica motelera implica una ética: tensionar al status quo.  Se ponen en duda los intereses más elevados de la ciudad.

Este montaje sexual como toda mentira, dice siempre una verdad. La verdad sobre la civilización: finalmente está erigida sobre la gran cloaca de pulsiones humanas. La cultura no es más que una erección colectiva edificada sobre el río que lleva nuestros desperdicios, vestigios del goce. 

Cada tanto se nos aparece el deseo del encuentro con esa verdad, un deseo de ir más allá de lo que existe, deseos de trasgresión, actuados o fantaseados.

Porque cuando el sexo se torna demasiado legítimo, cultural, se somete a condiciones de respetabilidad que lo transforman en nada más que una pequeña masturbación. De ahí que muchos buscan algún formato que les permita cierta trasgresión, ir más allá de sí, ser otro. Algunos requieren lo prohibido del engaño, otros montar fantasías, jugar a ser otro. Porque hay satisfacciones que requieren la valentía de inventar otra versión de uno mismo. Otra que la oficial.

El sexo requiere siempre algo de  la dimensión de lo prohibido para que obtenga la dignidad de esa verdad que nos salva algo de la purificación de todo deseo.

El  revolcón bajo las sábanas aterciopeladas es rebelde. No se reconcilia con lo existente, empuja a la invención.